LA CABAÑA La Cabana - W. Paul Young | Page 86

Miró a Mack, que acababa de sentarse a la mesa. Mack asintió, con un apetito que aumentaba a cada instante. -Ajá -continuó ella-, y sé que a ti también te gusta. Mack sonrió. Era cierto. Cockburn había sido un favorito de su familia desde hacía años, primero de él, luego con Nan y después con cada uno de los hijos, en uno u otro grado. -Por cierto, cariño -dijo Papá, sin dejar sus ocupaciones-, ¿cómo estuvieron tus sueños anoche? Los sueños son importantes a veces, ¿sabes? Pueden ser una manera de abrir la ventana y dejar salir el aire viciado. Mack supo que ésa era una invitación a abrir la puerta de sus terrores, pero en ese momento no se sentía preparado para invitar a Papá a entrar con él a ese agujero. -Dormí bien, gracias -respondió, y rápido cambió de tema-. ¿Es tu favorito? Bruce, quiero decir. Ella se detuvo y lo miró: -Mackenzie, yo no tengo favoritos, sólo soy especialmente afecta a él. -Pareces ser especialmente afecta a muchas personas -observó Mack, con una mirada de recelo-. ¿Hay alguien a quien no seas especialmente afecta? Ella alzó la cabeza y elevó los ojos como recorriendo con la mente el catálogo de todos los seres creados. -Nop, no pude encontrar a nadie. Es que así soy yo... Mack se interesó. -¿Nunca te vuelve loca alguno de ellos? -¡Claro! ¿A qué madre no? Hay mucho por lo cual volverse loca en el lío que mis hijos han hecho, y en el lío en que están. No me gustan muchas de las decisiones que to- man, pero especialmente para mí, ese enojo es una expresión de amor de todas mane- ras. Amo a aquellos con quienes estoy enojada tanto como a aquellos con los que no. -Pero -Mack hizo una pausa-, ¿y tu cólera? Me parece que, si vas a fingir ser Dios To- dopoderoso, deberías estar mucho más enojada. -¿Ahora?