Se quedó sentado en silencio mientras el vacío del lugar invadía su alma. Su revoltijo
de preguntas sin responder y de vastas acusaciones se acomodó en el piso a su lado,
hasta escurrirse lentamente en un abismo de desolación. La Gran Tristeza se apretó a
su alrededor, y él casi dio la bienvenida a esa sensación sofocante. Conocía este dolor.
Estaba familiarizado con él, casi como un amigo.
Sintió el arma en la base de la espalda, un frío incitante contra su piel. La sacó, sin sa-
ber qué haría. Ah, dejar de preocuparse, dejar de sentir dolor, nunca volver a sentir na-
da. ¿Suicidio? En ese momento, esta opción era casi atractiva. "Sería tan fácil", pensó.
"No más lágrimas, no más dolor..." Casi pudo ver un negro precipicio abrirse en el suelo
más allá del arma que miraba con fijeza, una oscuridad que sorbía los últimos vestigios
de esperanza de su corazón. Matarse sería una manera de devolverle el golpe a Dios,
si existía.
Las nubes se separaron afuera y un rayo de luz se coló de pronto en la habitación,
traspasando el centro de la desesperación de Mack. Pero... ¿y Nan? ¿Y Josh y Kate y
Tyler y Jon? Por más que anhelara poner fin al dolor de su corazón, sabía que no podía
permitirse aumentar el dolor de ellos.
Instalado en su emocionalmente rendido estupor, sopesó las opciones mientras tocaba
el arma. Una brisa helada acarició su rostro, y una parte de él deseó tenderse hasta
morir congelado, tan exhausto se sentía. Se dejó caer contra la pared y frotó sus can-
sados ojos. Les permitió cerrarse mientras mascullaba:
-Te amo, Missy. Te extraño tanto...
Pronto cayó sin esfuerzo en un profundo sueño.
Probablemente minutos después, Mack despertó de una sacudida. Sorprendido al des-
cubrir que cabeceaba, se paró de un salto. Tras guardar el arma en el cinto y el enojo
en lo más hondo de su alma, echó a andar a la puerta. "¡Esto es ridículo! ¡Qué idiota
soy! ¡Pensar que esperaba que a Dios realmente le importara enviarme una nota!"
Alzó la vista a las vigas espaciadas.
-Me rindo, Dios -murmuró-. No puedo más. Estoy cansado de tratar de encontrarte en
todo esto.
Dicho lo cual, salió por la puerta. Determinó que ésa sería la última vez que buscaba a
Dios. Si Dios lo necesitaba, tendría que venir a su encuentro.
Metió la mano en la bolsa, sacó la nota que había hallado en su buzón y la rompió en
pedazos, dejándolos escurrir lenta-