principal, reconoció las viejas sillas y la mesa. No pudo evitar que sus ojos se sintieran
atraídos al sitio que él no soportaría ver. Aún después de unos años, la desteñida man-
cha de sangre seguía siendo claramente visible en la madera junto a la chimenea, don-
de habían encontrado el vestido de Missy. "¡Lo siento tanto, mi amor!" Lágrimas empe-
zaron a manar de sus ojos.
Por fin su corazón explotó como un torrente, liberando su enojo contenido y permitien-
do que se desbordara por los rocosos desfiladeros de sus emociones. Tras volver los
ojos al cielo, Mack comenzó a vociferar sus atormentadas preguntas:
-¿Por qué? ¿Por qué dejaste que esto pasara? ¿Por qué me trajiste aquí? De todos los
lugares para verte... ¿por qué aquí? ¿No te bastó matar a mi bebé? ¿También tienes
que jugar conmigo?
En un arranque de rabia, tomó la silla más próxima y la arrojó contra la ventana. La silla
se hizo añicos. Mack recogió una de las patas y empezó a destruir cuanto podía. La-
mentos y gemidos de desesperación y furia brotaban de sus labios mientras desahoga-
ba su cólera en ese espantoso lugar.
-¡Te odio!
En un arrebato de ira, golpeó todo lo que tuvo enfrente hasta sentirse exhausto y con-
sumido.
Derrotado, abatido, se echó al suelo, junto a la mancha de sangre. La tocó con cuida-
do. Eso era todo lo que le quedaba de su Missy. Tendido junto a ella, siguió delicada-
mente con los dedos los decolorados contornos y murmuró en voz muy baja:
-Missy, cuánto lo siento. Cuánto siento no haber podido protegerte. Cuánto siento no
haberte encontrado.
Pese a su agotamiento, se sintió arder de cólera, y apuntó de nuevo contra el Dios indi-
ferente que imaginaba más allá del techo de la cabaña.
-Dios, ¡ni siquiera nos dejaste encontrarla y enterrarla dignamente! ¿Eso era mucho
pedir?
A medida que la mezcla de emociones iba y venía, y su enojo daba paso al dolor, una
nueva oleada de pesar se combinó con su confusión.
-¿Dónde estás? Creí que querías verme aquí. Pues aquí estoy, Dios. ¿Y tú? ¡Tú brillas
por tu ausencia! Nunca has estado presente cuando te he necesitado: ni cuando era
niño, ni cuando perdí a Missy. ¡Tampoco ahora! ¡Mira nada más qué buen "papá" eres!
-berreó.