LA CABAÑA La Cabana - W. Paul Young | Page 53

do y mitigar el susto. Pero cualquier cosa que se hubiese movido, había parado ya. ¿Lo esperaba a él? Sólo por si acaso, permaneció inmóvil unos minutos antes de volver a avanzar poco a poco por la vereda, lo más sigilosamente posible. El bosque parecía cerrarse a su alrededor, y empezó a preguntarse si no había seguido el camino equivocado. Con el rabillo del ojo, percibió un movimiento otra vez, y se aga- chó al instante, escudriñando entre las ramas bajas de un árbol próximo. Algo fantas- mal, como una sombra, se insinuó en el matorral. ¿O sólo lo había imaginado? Esperó de nuevo, sin mover un solo músculo. ¿Era Dios? Lo dudaba. ¿Tal vez un animal? No recordaba si había lobos ahí, y los venados o alces harían más ruido. Y al fin asomó la idea que él quería evitar: "¿Y si fuera algo peor? ¿Si he sido engañosamente atraído hasta aquí? Pero, ¿para qué?" Tras levantarse lentamente de su escondite, aún empuñando el arma, dio un paso ade- lante y justo en ese momento el arbusto a sus espaldas pareció estallar. Mack volteó rápido, atemorizado y listo para pelear por su vida, pero antes de que pudiera apretar el gatillo reconoció el trasero de un tejón que escapaba vereda arriba. Exhaló poco a poco el aire que no se había fijado que contuvo, bajó el arma y sacudió la cabeza. Mack el Valiente se vio reducido a un niño asustado en el bosque. Puso de nuevo el seguro y guardó el arma. "Alguien podría salir lastimado", pensó, con un suspiro de alivio. Respiró profundamente para tranquilizarse. Habiendo resuelto que ya no tenía miedo, continuó camino abajo, intentando parecer más seguro de lo que se sentía. Esperó que todo valiera la pena. Si de verdad Dios le aguardaba ahí, estaba más que dispuesto a sacarse algunas cosas del pecho, con respeto, desde luego. Poco después salió del bosque a un claro. A lo lejos, cuesta abajo, la vio de nuevo: la cabaña. Se quedó mirándola, su estómago era una bola de agitación y meneo. A prime- ra vista, parecía que nada había cambiado, más allá del invernal desnudamiento de los árboles de hoja caduca y el blanco sudario de nieve que cobijaba los alrededores. La cabaña parecía muerta y vacía; pero mientras Mack fijaba la vista en ella, por un mo- mento pareció transformarse en un malévolo rostro, retorcido en una mueca demonía- ca, que le devolvía la mirada y lo retaba a acercarse. Ignorando su creciente pánico, Mack recorrió con determinación el último centenar de metros hasta el portal. Los recuerdos y el horror de la última vez que había estado ante esa puerta lo inunda- ron, y titubeó antes de abrir. -¿Hola? -llamó, no muy fuerte. Carraspeó para llamar de nuevo, esta vez más alto-: ¿Hola? ¿Hay alguien aquí? Su voz resonó en el interior, vacío. Sintiéndose más seguro, atravesó el umbral, e inte- rrumpió sus pasos. Mientras sus ojos se adaptaban a la oscuridad, empezó a distinguir detalles de la sala, gracias a la luz de la tarde que se filtraba por las rotas ventanas. Al entrar a la sala