Papá se acercó a él y rodeó el hombro de Mack con su brazo.
-Missy es increíble; tú lo sabes. Te ama de verdad.
-La extraño enormemente... Aún me duele mucho.
-Lo sé, Mackenzie. Lo sé.
Era poco después de mediodía, en el trayecto del sol, cuando los cuatro abandonaron
el jardín y volvieron a la cabaña. No había nada preparado en la cocina, ni alimentos en
la mesa del comedor. Papá los condujo a todos a la sala, donde, en la mesita del café,
se hallaban una copa de vino y una hogaza de pan recién horneado. Todos se senta-
ron, menos Papá, que permaneció de pie. Dirigió sus palabras a Mack:
-Mackenzie -comenzó-, quisiéramos que consideraras algo más. Mientras has estado
con nosotros, has sanado mucho y aprendido mucho.
-Te quedas corto -le dijo Mack, riendo entre dientes.
Papá sonrió.
-Somos especialmente afectos a ti, lo sabes. Pero he aquí la decisión que debes tomar:
puedes quedarte con nosotros y seguir creciendo y aprendiendo, o puedes volver a tu
otro hogar, con Nan y tus hijos y amigos. De una forma u otra, te prometemos que
siempre estaremos contigo, aunque esta forma sea un poco más explícita y obvia.
Mack se acomodó en su asiento y lo pensó.
-¿Y Missy?-preguntó.
-Bueno, si decides quedarte -continuó Papá-, la verás esta tarde. Vendrá. Pero si deci-
des abandonar este lugar, también decidirás dejar atrás a Missy.
-No es una decisión fácil -dijo Mack, con un suspiro.
Se hizo el silencio en la habitación durante varios minutos, mientras Papá concedía es-
pacio a Mack para batallar con sus ideas y deseos. Finalmente, Mack preguntó:
-¿Qué querría Missy?
-Aunque a ella le encantaría estar contigo hoy, donde ella vive no hay impaciencia. A
ella no le importa esperar.
-Me encantaría estar con ella. -Mack sonrió ante la idea-. Pero eso sería muy difícil pa-
ra Nan y mis demás hijos. Déjame preguntarte algo: ¿lo que hago en casa es importan-