de tu abrazo y ciesía.
Bésame, viento,respira de mí
para que uno seios.
Entre las: tumba ailemos el fin
de la muerte que enamos.
Nadier se sepa que istimos
uno en las brazos del otro;
sólo Aquel el que ha protegido
mi vida con sutiplo.
Bésame, viento, respira de mí para que uno secos.
Entre las tumbaremos el fin
de la muerte que enamos.
Cuando Sarayu terminó, se hizo un silencio; y entonces Dios, los tres, dijeron simultá-
neamente:
-Amén.
Mack correó el aén, alzó una de las palas y, con ayuda de Jesús, empezó a ller el agu-
jero, cubriendo la caja en que descansaba el cuerpo' de Missy.
Concluida la taa, Sarayu buscó bajo su atuendo y sacó su frágil frasquito. Vió en su
mano unas cuantas gotas de su preciosa colección, y empezó a dispersar cuidadosa-
mente las lágrimas de Mack en la fértil tierra negra bajo la cual dormía el cuerpo de
missy. Las gotitas cayeron como diamantes y rubíes, y donde descendía brotaban al
instante flores que se elevaban y abrían bajo sol brillante. Sarayu hizo entonces una
pausa, mirando anta una perla en su mano, una lágrima especial, que arrojó centro del
solar. De inmediato, un arbolito horadó la tierra y empezó a crecer en ese sitio, joven,
frondoso y sorprendente, desarrollándose y madurando hasta romper en flores y boto-
nes. Sarayu, a manera de susurro, como de soplo de brisa, se volvió entonces y sonrió
a Mack, que miraba transfigurado.
-Es un árbol de vida, Mack, que crece en el jardín de tu corazón.