Esta vez no hubo contención mientras tibias lágrimas se derramaban por su rostro, y
entre sollozos Mack clamó:
-Papá, ¡cómo podría perdonar alguna vez a ese hijo de puta que mató a mi Missy! Si
estuviera aquí hoy, no sé qué haría. Sé que esto no está bien, pero quiero lastimarlo
como él me lastimó a mí... Si no puedo obtener justicia, aún deseo venganza.
Papá permitió simplemente que ese torrente saliera de Mack, y esperó a que pasara la
ola.
-Mack, debes perdonar a ese hombre para entregármelo y permitirme redimirlo.
-¿Redimirlo? -Mack volvió a sentir el fuego de la ira y el dolor-. ¡No quiero que lo redi-
mas! Quiero que lo lastimes, lo castigues, lo hundas en el infierno... -su voz se apagó.
Papá esperó con paciencia a que esas emociones se apaciguaran.
-Estoy obsesionado, Papá. Simplemente no puedo olvidar lo que hizo. ¿O acaso pue-
do? -imploró Mack.
-Perdonar no es olvidar, Mack. Es soltar la garganta del otro.
-Creí que tú olvidabas nuestros pecados...
-Mack, soy Dios. No olvido nada. Lo sé todo. Así que olvidar es para mí decidir limitar-
me. Hijo -la voz de Papá se hizo suave, y Mack volteó para verlo directamente a sus
ojos de color café oscuro-, gracias a Jesús, ya no hay ley que me exija recordar tus pe-
cados. Desaparecen para ti y para mí, y no interfieren en nuestra relación.
-Pero este hombre...
-El también es mi hijo. Quiero redimirlo.
-¿Entonces qué? ¿Lo perdono y asunto arreglado y nos hacemos amigos? -preguntó
Mack, suave pero rencorosamente.
-Tú no tienes una relación con es