LA CABAÑA La Cabana - W. Paul Young | Page 174

-Ya casi llegamos, hijo -aseguró, dándole a Mack la cantimplora. -¿Ya? -inquirió Mack, mirando otra vez el solitario y desolado campo rocoso tendido an- te ellos. -¡Sí! -fue todo lo que dijo Papá, y Mack no supo si quería preguntar adonde exactamen- te estaban por llegar. Papá eligió una pequeña roca cerca del camino y, poniendo junto a ella su mochila y su pala, se sentó. Parecía preocupado. -Quiero enseñarte algo que va a ser muy doloroso para ti. -Está bien. El estómago empezó a revolvérsele a Mack mientras bajaba su zapapico y acomodaba el regalo de Sarayu en su regazo y se sentaba. Los aromas, acentuados por el sol de la mañana, llenaron de belleza sus sen- tidos y le transmitieron cierta dosis de paz. -¿Qué es? -Para ayudarte a verlo, quiero quitar una cosa más que ensombrece tu corazón. Mack supo de inmediato qué era y, desviando la mirada de Papá, empezó a perforar un agujero con los ojos en el suelo entre sus pies. Papá habló amable y tranquilizadoramente: -Hijo, no se trata de avergonzarte. Yo no humillo, culpo ni condeno. Estas cosas no producen una pizca de integridad ni rectitud, y por eso fueron clavadas con Jesús en la cruz. Aguardó, para permitir que este pensamiento penetrara y eliminara parte de la sensa- ción de vergüenza de Mack antes de continuar: -Hoy estamos en un sendero de sanación para cerrar esta parte de tu viaje, no sólo pa- ra ti, sino para otros también. Hoy lanzaremos al lago una piedra enorme, y las ondas resultantes llegarán a lugares que no esperarías. Ya sabes qué quiero, ¿verdad? -Me temo que sí -masculló Mack, sintiendo avanzar sus emociones mientras se des- bordaban desde un recinto cerrado en su corazón. -Hijo, debes hablar de eso, decirlo.