-Pero supongamos -siguió Sarayu- que otro individuo al que aprecias llega a la cafete-
ría; y aunque estás envuelto en una conversación con tu primer amigo, notas la entrada
del otro. De nueva cuenta, si tuvieran ojos para ver la realidad mayor, he aquí lo que
presenciarían: que mientras sigues con tu conversación en curso, una única combina-
ción de color y luz sale de ti y envuelve a la persona que acaba de llegar, representán-
dote en otra forma de amor y recibiendo a esa persona. Y algo más, Mackenzie: esto
no sólo es visual, sino también sensual. Puedes sentir, oler y hasta gustar esa singula-
ridad.
-¡Me encanta! -exclamó Mack-. Pero, excepto por ese de allá -señaló en dirección a las
agitadas luces entre los adultos-, ¿cómo es que todos están tan tranquilos? Yo pensa-
ría que habría colores en todas partes. ¿No se conocen?
-La mayoría se conocen muy bien, pero están aquí para una celebración que no es por
ellos, ni por sus relaciones entre sí, al menos no directamente -explicó Sarayu-. Están
esperando.
-¿Qué? -preguntó Mack.
-Lo verás muy pronto -replicó Sarayu, y fue obvio que no estaba dispuesta a decir nada
más sobre el asunto.
-Entonces -la atención de Mack regresaba al alborotador-, ¿Por qué ése tiene tantas
dificultades y parece tan atento a nosotros?
-Mackenzie -dijo Sarayu cortésmente-, no está atento a nosotros, está atento a ti.
-¿Qué? -Mack se quedó atónito.
que tiene tantas dificultades para contenerse es tu padre, una ola de emociones, una
mezcla de enojo y añoranza, castró a Mack y, justo en ese momento, los colores de su
padre atravesaron velozmente el prado y lo envolvieron. El quedó cubierto por un baño
de rubí y bermellón, magenta y violeta, mientras la luz y el color giraban a su alrededor
y lo abrazaban. En medio de esa explosiva tormenta, Mack cruzó a toda prisa el prado
para reunirse con su padre, corriendo hacia la fuente de colores y emociones. Era un
niño que quería a su papá, y por primera vez no tuvo miedo. Corría, sin pensar en nada
más que en el objeto de su corazón, y lo encontró. Su padre estaba de rodillas, bañado
en luz, y lágrimas chispeaban como cascada de joyas y diamantes en las manos que
cubrían su rostro.
-¡Papá! -gritó Mack, y se arrojó sobre el hombre, incapaz siquiera de mirar a su hijo.
En medio del aullido del viento y las llamas, Mack tomó el rostro de su padre entre sus
manos, obligándolo a mirarlo a la cara para que pudiera pronunciar las palabras que
siempre había querido decir: