LA CABAÑA La Cabana - W. Paul Young | Page 166

que realmente son, los colores que exhiben serán cada vez más distintivos, y tonos y matices únicos emergerán. -¡Increíble! -fue lo único que se le ocurrió decir a Mack, quien miró con mayor atención. Se dio cuenta así de que detrás del círculo de adultos, habían emergido otros, igual- mente espaciados en torno al perímetro entero. Llamas más altas parecían volar con las corrientes del viento, y eran de zafiro y azul agua similares, con fragmentos únicos de otros colores incrustados en cada uno. -Ángeles -respondió Sarayu antes de que Mack pudiera preguntar-. Sirvientes y vigías. -¡Increíble! -dijo Mack por tercera vez. -Hay más, Mackenzie, y eso te ayudará a comprender el problema que tiene ése en particular. Apuntó hacia la aún vigente conmoción. Incluso para Mack, era obvio que aquel hombre, quienquiera que fuese, seguía en difi- cultades. Súbitas y abruptas lanzas de luz y color salían disparadas a veces a lo lejos, hacia ellos. -No sólo podemos ver la singularidad de cada cual en color y luz, sino que también po- demos responder por el mismo medio. Pero esta respuesta es muy difícil de controlar, y usualmente la intención no es que se le restrinja, como ése intenta hacer. Lo más natu- ral es permitir que la expresión simplemente sea. -No comprendo. -Mack titubeó-. ¿Quieres decir que podemos respondernos unos a otros con colores? -Sí -asintió Sarayu, o al menos así lo creyó Mack-. Cada relación entre dos personas es absolutamente singular. Por eso no puedes amar igual a dos personas. Sencillamente no es posible. Amas diferente a cada persona a causa de lo que ella es y la singulari- dad que atrae de ti. Y entre más se conocen, más ricos son los colores de su relación. Mack escuchaba, pero no dejaba de ver la exhibición frente a ellos. Sarayu continuó: -Quizá lo comprendas mejor con una breve ilustración. Supongamos, Mack, que vas con un amigo a la cafetería local. Te concentras en tu compañero, y si tuvieran ojos pa- ra ver, los dos estarían envueltos en una serie de colores y luces que señalan no sólo su singularidad como individuos, sino también la singularidad de la relación entre uste- des y las emociones que experimentan en ese momento. -Pero... -empezó a preguntar Mack, sólo para ser interrumpido: