que realmente son, los colores que exhiben serán cada vez más distintivos, y tonos y
matices únicos emergerán.
-¡Increíble! -fue lo único que se le ocurrió decir a Mack, quien miró con mayor atención.
Se dio cuenta así de que detrás del círculo de adultos, habían emergido otros, igual-
mente espaciados en torno al perímetro entero. Llamas más altas parecían volar con
las corrientes del viento, y eran de zafiro y azul agua similares, con fragmentos únicos
de otros colores incrustados en cada uno.
-Ángeles -respondió Sarayu antes de que Mack pudiera preguntar-. Sirvientes y vigías.
-¡Increíble! -dijo Mack por tercera vez.
-Hay más, Mackenzie, y eso te ayudará a comprender el problema que tiene ése en
particular.
Apuntó hacia la aún vigente conmoción.
Incluso para Mack, era obvio que aquel hombre, quienquiera que fuese, seguía en difi-
cultades. Súbitas y abruptas lanzas de luz y color salían disparadas a veces a lo lejos,
hacia ellos.
-No sólo podemos ver la singularidad de cada cual en color y luz, sino que también po-
demos responder por el mismo medio. Pero esta respuesta es muy difícil de controlar, y
usualmente la intención no es que se le restrinja, como ése intenta hacer. Lo más natu-
ral es permitir que la expresión simplemente sea.
-No comprendo. -Mack titubeó-. ¿Quieres decir que podemos respondernos unos a
otros con colores?
-Sí -asintió Sarayu, o al menos así lo creyó Mack-. Cada relación entre dos personas es
absolutamente singular. Por eso no puedes amar igual a dos personas. Sencillamente
no es posible. Amas diferente a cada persona a causa de lo que ella es y la singulari-
dad que atrae de ti. Y entre más se conocen, más ricos son los colores de su relación.
Mack escuchaba, pero no dejaba de ver la exhibición frente a ellos.
Sarayu continuó:
-Quizá lo comprendas mejor con una breve ilustración. Supongamos, Mack, que vas
con un amigo a la cafetería local. Te concentras en tu compañero, y si tuvieran ojos pa-
ra ver, los dos estarían envueltos en una serie de colores y luces que señalan no sólo
su singularidad como individuos, sino también la singularidad de la relación entre uste-
des y las emociones que experimentan en ese momento.
-Pero... -empezó a preguntar Mack, sólo para ser interrumpido: