Él se sintió hundir otra vez en la culpa.
-¿Y ahora qué hago?
-Díselo, Mackenzie. Enfrenta el temor a salir de la oscuridad y díselo, y pídele perdón y
deja que su perdón te cure. Pídele que rece por ti, Mack. Corre el riesgo de la honesti-
dad. Cuando vuelvas a fallar, pídele perdón otra vez. Esto es un proceso, cariño, y la
vida es suficientemente real para tener que oscurecerla con mentiras. Y recuerda: yo
soy más grande que tus mentiras. Puedo trabajar más allá de ellas. Pero eso no las
vuelve correctas, ni impide el daño que hacen ni el dolor que les causan a otros.
-¿Y si ella no me perdona?
Mack sabía que vivía con este profundo temor. Era más seguro seguir arrojando nue-
vas mentiras en el creciente montón de las antiguas.
-Ah, ése es el riesgo de la fe, Mack. La fe no prospera en el hogar de la certidumbre. Yo
no estoy aquí para decirte que Nan te perdonará. Quizá no lo haga, o no pueda hacer-
lo, pero mi vida dentro de ti se adueñará del riesgo y de la incertidumbre para transfor-
marte, mediante tus propias decisiones, en un decidor de verdades, y ése será un mi-
lagro mayor que resucitar a los muertos.
Mack se acomodó en su sillón y dejó que esas palabras se asentaran en él.
-Perdóname, por favor -dijo finalmente.
-Ya lo hice hace mucho tiempo, Mack. Si no me crees, pregúntaselo a Jesús. Él estuvo
ahí.
Mack tomó un sorbo de café, y le sorprendió descubrir que seguía tan caliente como
cuando se sentó.
-Pero he hecho muchas cosas para echarte de mi vida.
-La gente es tenaz cuando se trata d