Mientras Mack se acercaba a la cabaña, percibió un olor a panecillos, molletes o algo
maravilloso. Tal vez sólo había transcurrido una hora desde el almuerzo, pero debido a
esa cosa dimensional del tiempo de Sarayu, sintió como si no hubiera comido en horas.
Incluso si hubiera estado ciego, no habría tenido dificultad para abrirse paso hasta la
cocina. Pero cuando entró por la puerta trasera, le sorprendió y desilusionó descubrir
que el lugar estaba vacío.
-¿Hay alguien aquí? -preguntó.
-¡Estoy en el portal, Mack! -La voz de Papá llegó por la ventana abierta-. Toma algo de
beber y ven a acompañarme.
Mack se sirvió un poco de café y salió al portal. Papá estaba tendida en un viejo sillón
reclinable, cerrados los ojos, dorándose al sol.
-¿Qué es esto? ¿Dios tiene tiempo para tomar el sol? ¿No tienes nada mejor que hacer
esta tarde?
-Mack, no tienes idea de lo que estoy haciendo en este momento.
Mack se acercó a otro sillón que había en el lado opuesto y, mientras se sentaba, Papá
abrió un ojo. Entre ellos, en una mesita, estaba una charola llena de pastas de deliciosa
apariencia, mantequilla y un amplio surtido de mermeladas y jaleas.
-¡Guau, esto huele riquísimo! -exclamó Mack.
-Sírvete. Es una receta que aprendí de tu tatarabuela. Hecha en casa, también -sonrió
ella.
Mack no sabía lo que "hecha en casa" podía significar cuando Dios lo decía, pero deci-
dió dejar el asunto por la paz. Tomó uno de los panecillos y lo mordió sin ponerle nada
encima. Todavía estaba caliente, y se disolvió de inmediato en su boca.
-¡Guau! ¡Está muy sabroso! ¡Gracias!
-Bueno, tendrás que agradecérselo a tu tatarabuela cuando la veas.
-Que espero -dijo Mack entre una mordida y otra- no sea pronto.
-¿No te gustaría conocerla? -le preguntó Papá, con un guiño pícaro, y luego cerró los
ojos de nuevo.
Mientras Mack comía otro panecillo, reunió valor como pudo para hablar con el cora-
zón:
-¿Papá? -preguntó, y por primera vez no le pareció difícil llamar "Papá" a Dios.