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saciaba toda sed hasta el alma. El sol acompañaba su trajín y era
más cálido paso tras paso.
La selva tiene verdes y silvestres melodías, que son como
misterios que solo los sueños pueden develar, que son como
paradojas que solo la naturaleza puede revelar. En la selva los
humanos somos la naturaleza misma, a veces depredadores y
otras veces presas.
Las verdes melodías tienen sus truenos y son colorados
color achiote, ruge, ruge maniti en estruendoroso caminar,
siniestro guardián. Depredaba a todo aquel que cruce su mirar,
en su morada hombres, mujeres y niños desaparecían sin cesar.
La selva truena con colorado caminar y maniti ruge, falta poco
pa volar.
Y vinieron a mí los ancianos del pueblo.
—Sheripiari, tú que incluso conversas con la muerte busca
el conjuro para nuestra paz. Ve dónde la madre selva y pregúntale
cómo nuestro martirio terminar — desesperados me pedían.
Para los colonos soy esquizofrénico porque veo seres que
ellos no, pero para mis hermanos y hermanas soy sólo un puente,
un canal entre ellos y las almas del bosque, pues no soy yo quien
cura sino la naturaleza a través de mí.
Busqué al hermano tabaco, él me dijo que bastaba con un
furioso soplo para hacer que el rugir de los manitis sean nobles
melodías que truenen de encanto la selva silvestre. La madre selva
me dijo que lleve a los felinos cerca a las cavernas de Potsonari y
el tabaco hará el resto.
Los manitis con ferocidad redoblada resistían, sus
colmillos y garras eran furiosas espadas que tranquilamente
tumbaban árboles a su paso. El tabaco me hacía entonar íkaros,
en un idioma que solo en esos espacios comprendí. Sumergido