oyó.
Los tres salieron de prisa a buscar a su hermana, presurosos
llegaron a la chacra, solo encontraron el canasto repleto de yuca
y nada más, ni rastros de la pequeña, pero apenas tomaron el
canasto y por entre los arboles aparecieron estruendorosas
sombras coloradas, ya ni hubo tiempo para gritar. Se apagaron
tres inocentes pálpitos más, aquel día cuatro en total.
***
Las nubes se tornaban suaves e imperceptibles, al momento
que mis pies se alzaban al cristalino cielo, el viento es cálido,
vuelo al caminar. Ligera y liviana es la realidad, eso que llaman
“más allá” está siempre aquí.
¡Oh, cuerpo mío! ¿Qué sería del alma mía sin el alma de mi
gente, sin el alma de la flora y fauna silvestre?
Mi cuerpo yace desgarrado en medio del bosque, hoy
dimos buena batalla. Dura, fría y larga, larga como el tiempo
que siempre volverá en el rito que mis hermanos y hermanas
guardarán en épico mito. Sheripiari, eso es lo que soy, un puente
al equilibrio y conmigo un mito nació.
Soy hijo de madre selva, del padre de las aguas y mi hermano
predilecto es el tabaco, que más que hermano es camarada, sin
él mis ojos aún mirarían entre las sombras de realidad colona,
sin él mis pies no habrían logrado caminar sobre las aguas, sin
él habría seguido a los colonos y habría extinguido a toda mi
parentela humana y natural, sin él mis hermanos habrían seguido
sufriendo persecuciones, pues los hostiles estruendos colorados
de la selva los seguirían sumergiendo en penas y dolores.
La Tsinani cautelosa, con sus miradas fosforescentes y ojos
centinelas, se adentraban a la selva. En hondos pajos llevaban la
bebida de yuca ancestral, que con cada molécula vital refrescaba y
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