Un día podemos andar dando besos de ceniza y al día siguiente podemos
andar clavados en un bar, en una salida podemos andar todos bien al cien y en
otra podemos andar con esos mariachis y esos tequilas que nos hacen llorar.
Nada nos impide bailar al ritmo de “Tiene espinas el rosal” o del “Chuntaro
style”. Hemos de ser las orquestas filarmónicas que desfilan con obras como
los huapangos, mambos o el “Vals sobre las olas”, así como las bandas
norteñas, hemos de ser los raps de calle que incluyen toda grosería posible
conocida y creada por el mexicano, hasta los delicados sonidos
electroacústicos que nos presentan los nuevos artistas mexicanos, hemos de
ser los que dan tragos de amargo licor y que siguen siendo el rey y no
podemos ponernos a decir que está bien o mal, no nos corresponde, no lo ha
hecho y nunca lo hará.
Y es que veamos, en los últimos años nos hicimos el hermano menor de
USA que primero era “mensillo” y sumiso, que mientras crecía se daba cuenta
que también podía y que había muchos modos en los que sacaba la casta y
dejó de vivir en base a lo que el hermano mayor decía o a las sobras que le
dejaba; entonces aquí tienes el nuevo orbe de música mexicana, que mientras
mete ritmos de cumbias, banda, hasta de música autóctona, no suelta los
sintetizadores, guitarras eléctricas y demás instrumentación de la cual, aunque
con influencias anglosajonas, siempre encuentra el modo de hacer suya: a los
raperos con sus términos en inglés que no dejan de hablar de cosas que nada
más en México se suceden, a los corridos que pueden hablar tanto en inglés
como se les presente posible sin dejar de lado el eje central de la canción que
es admirar ciertas conductas o personajes meramente mexicanos, y por
supuesto
conservamos
el
poder
mencionar
la
riqueza
de
nuestra
multiculturalidad al no soltar a personajes como Pedro Infante o Lola Beltrán,