De noche todos los gatos son pardos
Una de las más grandes pruebas a estas múltiples identidades de las que se
conforma el mexicano es su música. No podemos decir que somos los sonidos
típicos de regiones autóctonas, ni que todos llevamos las de José Alfredo
tatuadas en el corazón, tampoco que lo único bueno que podemos rescatar son
las consecuencias musicales que dejó el Avándaro, más bien podemos pensar
que cada una de esas cosas nos hace recordar a cierta parte, cierto sitio, cierta
persona, como todo lo que hay en México que por lo menos evoca una cosa. A
través de la historia de la música en México nos vemos enfrentados a crear un
canon que no sabemos hasta qué punto se limita o se extiende, llegamos a
pensar que lo mero nuestro son solamente ciertos artistas y ciertos sonidos,
pero en los últimos años esa perspectiva ha cambiado cada vez de manera más
radical. Como mexicanos, siempre tratamos de establecer qué es nuestro y por
qué lo es, con las miles de caras que el mexicano puede adquirir para decir que
algo es propio de él, podemos pensar que a la vez que tenemos cosas muy
nuestras, hemos sido influenciados por otras partes, otros cánones, otros
movimientos, otros idiomas y es que sobre todo en esta época, el auge que se
da en la música es muy variado y en México, sobre todo, se da una increíble e
insospechada época musical.
Hay una generalidad de artistas que se podrían decir son “el canon” de la
música mexicana: que si Jose Alfredo Jiménez, Juan Gabriel, Pedro Infante o
Vicente Fernández, y podemos incluso observar cómo trascienden
generaciones con su música, pero no podemos dejar de lado a todos estos
artistas que se han integrado para formar parte de ese gran orbe, que ya
sabemos que de ley te sabes una porque te la sabes, aunque nos pese, aunque
sea chusco; por ejemplo, no hemos de negar que si nos ponen “La negra