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El león no es como lo pintan, en ocasiones el león no existe Hace algunos días, el pasado 18 de noviembre, se conmemoró el centenario del natalicio de Pedro Infante, una de las personalidades que se han consolidado con los años como un ícono de México en materia de música, o incluso como arquetipo del HOMBRE mexicano, el “macho mil amores”, el perfecto ejemplo de que para decirse mexicano basta con cantar por todo para no llenarse de nada, que con tequila se curan las penas y que a “trancazos” se solucionan las “broncas”. Tal celebración, que se llevó a cabo en cadena nacional en un maratón de películas del actor y concluyó con un concierto en homenaje a esta figura, parece que hizo recordar a gran parte de la población mexicana “cómo es México”, tal vez añorar aquella época dorada que parece ser es lo único que nos queda. Pero realmente, ¿es lo único que queda? Yo diría que, más que el recuerdo y la melancolía, nos queda el olvido, un olvido de aquello que es verdadera y estrictamente histórico, porque por alguna razón pareciese que México se quedó prisionero en la pantalla grande, enfrascado en una ficción bellamente armada que en el presente ha perdido vigencia, y quizás nunca la tuvo. Hace algunos días Rolando Álvarez, profesor de la Universidad de Guanajuato, en entrevista con el equipo de nuestra revista comentaba que la estigmatización de lo mexicano se presenta de manera muy fuerte precisamente en aquello que llamamos “Cine de Oro”. Él argumentaba a favor de esta idea, de cómo en pleno siglo XXI tratan de identificarnos con esa mexicanidad que, además, no existió nunca. Porque, aunque sea doloroso pensar que de pronto nos sea arrebatado el vínculo que como mexicanos hemos creado con ese cine que desde siempre nos han dicho “representa de manera viva lo que en esencia es México”, ¿quién sabe qué chingados es México? Habría que pensarlo