gobierno municipal han logrado conseguir, pues es conocida la postura
que tiene la alcaldía referente a los temas de cultura, por lo demás
paradójica al ser el epíteto que acompaña al nombre de Guanajuato el de
“Patrimonio Cultural de la Humanidad”, o bien el de “Capital Cervantina
de América”; a pesar de todo, el “honorable ayuntamiento” se muestra
siempre escéptico ante los “jóvenes talentos locales” y, siendo honestos, la
población en general también lo hace. Por ello, resulta un “motivo de
celebración” que el gobierno municipal haya concedido por unas cuantas
horas algún espacio de la ciudad y no haya mandado a los jóvenes
bailarines hasta las comunidades más apartadas de Guanajuato para que
ahí monten su espectáculo, disfrazando sus intenciones con un argumento
del tipo “cultura al alcance de todos”.
Salen entonces los actores-bailarines en fila acompañados por los vítores
del apoyo familiar abalanzándose sobre ellos, no a la hora establecida, ya
que estos eventos por lo regular se dilatan unos minutos; se instalan en sus
respectivos lugares y si tienen suerte todos habrán alcanzado un espacio
mínimo sobre el tapanco para moverse sin estar cuidándose todo el tiempo
de chocar con los demás —y caer como fichas de dominó— y, si tienen
mucha más suerte, la superficie sobre la qu e bailarán será un auténtico
tapanco concebido para la danza y no una serie de láminas destartaladas
apiladas entre sí, que parecieran haber sido reunidas y forzadas a encajar
por el mismo Víctor Frankenstein.
Si a algunos les inspira valor todas esas aclamaciones familiares una vez
que da inicio el baile, son los más a los que todo el clamor, lejos de
conseguir tranquilizarlos, aumenta su nerviosismo y los hace propensos al
error, a la exposición pública y la vergüenza —en caso de haber cometido
una equivocación terrible que los condenaría al equivalente de portar una
bolsa de papel como máscara— que sobre todo se extendería entre los