KALEIDOSCOPIO KALEIDOSCOPIO 1 | Page 47

concurridas. La memoria colectiva va trasladándose a esos días de exhibiciones con fachada inocente tras la que se ocultan las frustraciones de los padres, el descontento de muchos muy jóvenes bailarines que “preferirían estar haciendo cualquier otra cosa” en vez de bailar eso que les fue impuesto y, a su vez —por qué no— los niños que disfrutan moviéndose en público, aunque no lo hagan muy bien. Esos nervios, la sensación de angustia que va recorriendo el cuerpo y ese pensar que algo saldrá mal desde el momento en que los pequeños, cuando son conscientes de la realidad exterior, se atavían para la ocasión con sus vestidos y trajes multicolores, metamorfoseándose en pequeños actores, “artistas escénicos” en miniatura que deben salir al escenario para cumplir con las exigencias del público —conformado en su mayoría por familiares— al que se deben. No obstante y a fin de cuentas, siguen siendo esos niños que tras bambalinas espontáneas de escenarios locales, les piden a sus pequeños pies que esta vez no les fallen, para que todos puedan ver el fruto de tantas horas bajo la batuta de un exigente maestro —un maestro que, dicho sea de paso, presumiblemente desplegará sus habilidades sobre la pista en alguno de los múltiples números que ha preparado: “Pero señor, nadie le pidió que hiciera eso. Estas personas sólo quieren ver a sus niñitos, sólo por eso vinieron. Ya sabemos que usted baila muy bien, por algo es el maestro, en serio no hay necesidad de hacerlo”, pensaría más de alguno, ante lo cual la respuesta del maestro en turno es evidente: “Con todo respeto, damas y caballeros, esto se trata de MÍ”. Dejen pues a los niñas y niños —mucho mayor es el número de niñas en los grupos de danza folclórica, y de danza infantil en general, a grado tal que incluso algunas niñas ocupan roles masculinos en el programa— salir a ese “bello escenario” que con tantas creces y tras demasiada gestión al