dirige sus miradas al centro de una improvisada pista de baile armada en el
centro de la ciudad, para ser precisos en medio de la así denominada Plaza
del Músico —que, dicho sea de paso, pocas veces alberga espectáculos de
interpretación musical y la mayoría de las veces despliega exhibiciones de
cualquier otro tipo—; aquí se lleva a cabo el show de los bailarines y de los
omnipresentes mirones. No se trata de una competencia donde sus
participantes vayan a despedazarse para conseguir un trofeo, ni siquiera de
una muestra de baile profesional o de danza artístico, mucho menos es
alguna de esas presentaciones donde niños de primaria o secundaria
manifiesten sus “talentos” o, más bien, una evidencia de lo que se ha estado
trabajando a lo largo del curso de baile para los invitados de honor: esos
familiares que se sienten obligados a ir para ver al niño y sentir que no han
desperdiciado su dinero o su tiempo, esos familiares que, al acabarse la
presentación, comentarán que su niña/niño “fue el mejor”. No, más bien lo
que esta improvisada pista de baile guarda es un espectáculo mucho más
honesto, uno dirigido en especial a aquellos adultos mayores que
encuentran placer al bailar lado a lado con sus respectivas parejas al ritmo
de danzón, mambo, rumba, bolero, chachachá, cumbia…
Nada hay de por medio más que el ars gratia artis, brindar entretenimiento
a ambas partes: las parejas de la “tercera edad”—no por ello restringido a
personas ancianas, pues está abierto al público g