Elizalde que comen, viven y respiran carne asada y casi seguro son narcos lo
único que da para el cine? ¿Qué lo romántico de nuestro cine es sólo una
pareja de contraste a la “Romeo y Julieta”, pero de rico-pobre y fresa-naco
muy a lo mexicano? Y no me malentiendan, comprendo que se trate de dar a
ver ese bonito folclor mexicano que tanto se presenta, pero tenemos que
aprender a dar otras visiones y que hablar del norte por lo chusco del acento o
de la capital por lo fresa y lo chic que es, no sea el pan de cada día de las
películas mexicanas. Ya tuvimos demasiado y, en mi opinión, tenemos que
aprender a dejar ir tópicos que rayan en lo choteado y dejan con un mal sabor
de boca al espectador, que no dice otra cosa más que “Ugh, de nuevo”.
He de admitir: la película es palomera, te mantiene sentado esperando a ver
qué más puede ser, pero es eso, ese “más” nunca llega; aunque se vuelve
inocentona y simple, lo cual se podría decir la diferencia a otras producciones
de México, no se sale de las mismas líneas de cine mexicano que se esperan,
incluso es muy notable, como es un trabajo del director Beto Gómez (ya que
con producciones pasadas ha hecho esta misma jugada), presentar cierta
imagen del mexicano hasta llegar a ridiculizarla, que digamos no es lo mejor
ni lo que deja (o no deja mucho, pues) pero es algo a lo que le seguimos dando
entrada, dígase por mera costumbre, tal vez ¿Por qué nos gusta eso? O, ¿nos
asustará ir por otros terrenos y tópicos para crear cine mexicano? Está en cada
uno seguir decidiendo qué tan crítico es con el cine que su país le deja, qué
quiere y qué rechaza. Al final es cada espectador el que juzga y pues claro,
juzgue usted mismo.