por ende, fascinante: la de los indios; pero ni siquiera la presenta para
glorificarla, porque es una visión heterogénea. La expone un ojo ajeno y ese
ojo la discrimina en todos los planos que puede manifestarse más allá de la
literatura. Tiffany se percata de ello y afirma: «la cultura originaria como
visión antropológica, siento que está aún muy marcada. Tengo una amiga que
fue a Perú hace unos años, ella se viste muy libre de faldas indígenas y ese
estilo folclórico, y vio una falda, preguntó por ella y le dijeron: “está en $3000
se va a ver muy bonita en su pared”; y mi amiga pensó: “no, pero yo no la
quiero para ponerla en la pared, la quiero para ponérmela”. O sea, incluso
ellos sienten que no forman parte, que es como algo ajeno, algo que está
solamente en una pared, en algún museo o algo así, pero sí siento que está
todavía muy desapegado.”
Lo identitario se vuelve un elemento que distingue lo banal, un adorno entre
muchos que pierde su esencia. La homogeneidad enmarca una ventana vista
por un individuo que no logra encajar las partes de lo que su ojo ajeno ve. Se
intenta describir del exterior el vaivén de un mundo interno. A pesar de ello, la
voz interna de ese marco se hace presente en pocas ocasiones para
exteriorizarse; Erik comentó, en este sentido que: «una poeta tarahumara hace
un poema de una muchacha que va a Nueva York, y es interesante esa
propuesta porque, por ejemplo, una persona pues indígena escribe algo, no ya
de sus raíces, sino pues ya de una esfera de cotidianeidad ajena a su manera de
ver las cosas; entonces yo creo que estar a favor o en contra del criollismo no
es tan importante, más bien la responsabilidad con la que este se hace con el
compromiso con el que se está escribiendo”.