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Dentro de la construcción de una nacionalidad, así como de un sentido de apropiación, siempre queda un hueco vacío, un elemento que no permite un óptimo engranaje de todas las piezas constitutivas de lo que es México. La cultura originaria se presenta como la sombra de una masa amorfa; al respecto, el historiador Tomás Falcón nos comenta cómo él percibe una tendencia de «echar mano de lo mesoamericano como una moda» que surge después de la independencia. Reafirma su punto de vista mencionando que: «lo único que tenemos del pasado Mesoamericano es el recuerdo y la intención de tratar de recuperar ese legado para “mexicanizar” esta cultura, este mosaico multicultural que conforma el actual México». El conflicto se presenta desde el momento en que México aparenta surgir como una entidad estable, pero irónicamente no logra conjuntar los elementos que la conforman; por un lado, lo europeo en oposición con lo originario proyectando la inestabilidad de un sujeto frente a la incertidumbre de no saberse, que genera la imposibilidad de definir su propia naturaleza (nombrarse). Este deseo de conjuntar el antes y después de la Colonia se presenta como un mero ideal, algo que no llega a cumplirse en el plano de lo tangible, Tiffany Uvalle lo evidencia haciendo notar cómo siempre ha visto más la influencia occidental que los rasgos originarios. Prueba de ello se encuentra en el modelo educativo donde la prioridad se centra en leer a Europa, y ante ello la Doctora Yolanda afirma un perfecto ejemplo en «esta lectura en la literatura mexicana donde los temas son españoles, o sea, Juana Inés consigue su lugar porque está haciendo las copias de lo de la Europa, eso no la demerita, es LA POETA novohispana, pero siempre los temas son esos. Siempre desde aquí mirando a la metrópoli, las propuestas americanas o