ELDERLY IN PRISONS / ANCIANOS EN LAS PRISIONES
ELDERLY IN PRISONS / ANCIANOS EN LAS PRISIONES
The scope of the problem is significant. The number of prisoners age 55 or older in state prisons in the US has increased 400 % between 1993 and 2013( Carson & Sabol, 2016). The elderly constitutes the fastest – growing sector of the prisoner population in the US, which is now at least 5 to 8 times as large as it was in 1990( Human Rights Watch, 2012). By the year 2030, it has been forecasted that older inmates will represent over one – third of the U. S. prisoner population( Durham, 1994). The figures are similar in other countries. The 2014 – 15 Annual Report to Parliament from the Office of the Correctional Investigator in Canada highlighted the issue of an aging prison population, noting that one in four federal inmates are 50 or older, a proportion increasing by nearly one – third in just the five years before the report was issued. In England and Wales, it was reported recently to the House of Commons that 12 % of prisoners are aged 50 and older and the proportion in this age grouping has more than doubled since 2002, significantly outpacing all others age categories( Berman & Dar, 2013). In Australia, the proportion of prisoners over 50 has more than doubled in the last several decades( Dawes, 2005). The power of numbers often influences priorities. Unfortunately, in the case of the elderly offender, the influence so far seems to have been limited. Scarcity of resources, resistance to changing longstanding policies and procedures, lack of government support, as well as insufficient‘ urgency’ regarding the need to address the particular vulnerabilities of older prisoners, have all led to some stalling of efforts in developing a set of geriatric – informed correctional practices. But as the proportion of older and elderly offenders continues to grow steadily, correctional services cannot escape this difficult dilemma.
Even only the most basic and minimal level of health care for elderly prisoners has been estimated to cost roughly two to three times that for a younger prisoner( ACLU, 2012). But correctional healthcare budgets are typically not adjusted accordingly. Various specialized‘ external care expenditures’ can constitute up to 70 % of these health care costs. The growing need for hospice care for the dying is being filled mostly with volunteers and fellow prisoners as care workers. The elderly in prison suffer from‘ accelerated aging’( Williams et al., 2012), exacerbated by the reality that correctional healthcare professionals often lack the expertise for early intervention of various age – related illnesses. Many chronically ill offenders undoubtedly die prematurely in prison. Prison design for the most part still focuses on use of facilities for the young and able – bodied, not the frail, disabled or chronically ill individual. But though the physical environment of most prisons can be admittedly oppressive for many elderly prisoners, especially if they are also frail or disabled( e. g., poor lighting and ventilation, being housed too far away from dining rooms, outdoor areas and toilet facilities, sleeping in bunk beds, limited recreational or work opportunities), perhaps the emotional and psychological coping and adaptation needs of the elderly prisoner have been ignored even more. The elderly in prisons, particularly if they are relatively few in number, can tend to be forgotten and neglected, both by correctional officers in their day – to – day interactions, and by the prevailing institutional regime( i. e., routines, regulations, time – tables etc.). Some groundbreaking ethnographic research of the elderlies’ experience of imprisonment in the UK has coined the phrase‘ institutional thoughtlessness’ to refer to this reality( Crawley & Sparks, 2005).
Oficina del Investigador Correccional en Canadá puso de relieve la cuestión del envejecimiento de la población carcelaria, señalando que uno de cada cuatro reclusos federales tiene 50 años o más, una proporción que aumentó casi un tercio en los cinco últimos años antes de que se publicara el informe. En Inglaterra y Gales, se informó recientemente a la Cámara de los Comunes que el 12 % de los presos son mayores de 50 años y la proporción en este grupo de edad se ha más que duplicado desde 2002, superando significativamente a todas las demás categorías de edad( Berman & Dar, 2013). En Australia, la proporción de prisioneros mayores de 50 años se ha más que duplicado en las últimas décadas( Dawes, 2005). El poder del número a menudo influye en las prioridades. Desafortunadamente, en el caso del delincuente mayor, la influencia hasta ahora parece haber sido limitada. La escasez de recursos, la resistencia a cambiar políticas y procedimientos de larga data, la falta de apoyo gubernamental, así como la insuficiente“ urgencia” en relación con la necesidad de abordar las vulnerabilidades particulares de los presos mayores, han llevado a un cierto estancamiento de los esfuerzos en el desarrollo de un conjunto de prácticas geriátricas en los correccionales. Pero a medida que la proporción de delincuentes mayores y ancianos sigue creciendo de manera constante, los servicios correccionales no pueden escapar de este difícil dilema.
Incluso se ha calculado que el costo básico y mínimo de atención de la salud para los presos mayores es de dos a tres veces mayor que el de un prisionero más joven( ACLU, 2012). Sin embargo, los presupuestos sanitarios correccionales normalmente no se ajustan en consecuencia. Varios“ gastos de atención externa” especializados pueden constituir hasta el 70 % de estos costos de atención de la salud. La creciente necesidad de cuidados de hospicio para los moribundos se está llenando principalmente con voluntarios y compañeros prisioneros como trabajadores de cuidado. Los ancianos en prisión sufren de“ envejecimiento acelerado”( Williams et al., 2012), exacerbados por la realidad de que los profesionales de la salud de los correccionales, a menudo carecen de la experiencia para la intervención temprana de diversas enfermedades relacionadas con la edad. Muchos enfermos crónicos, sin duda, mueren prematuramente en la cárcel. El diseño de la prisión en su mayor parte todavía se centra en el uso de las instalaciones por parte de los jóvenes y sanos, no de los frágiles, discapacitados o enfermos crónicos. Pero aunque el ambiente físico de la mayoría de las cárceles puede ser opresivo para muchos presos mayores, especialmente si son también frágiles o discapacitados( por ejemplo, iluminación y ventilación deficientes, estar demasiado lejos de comedores, zonas al aire libre e instalaciones sanitarias, dormir en literas, oportunidades recreativas o laborales limitadas), tal vez las necesidades de adaptación emocional y psicológica de los ancianos prisioneros hayan sido ignoradas aún más. Los ancianos de las cárceles, en particular si son relativamente pocos, tienden a ser olvidados y descuidados tanto por los agentes penitenciarios en sus interacciones cotidianas como por el régimen institucional vigente( es decir, las rutinas, los reglamentos, los horarios, etc.).
J U N E / J U N I O 2017 JUSTICE TRENDS // 59