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Cuadernos del GESCAL. Año 1, No 1, Agosto de 2013 12
“ Nunca fomos catequizados. Vivemos através de um direito sonâmbulo. Fizemos Cristo nascer na Bahia. Ou em Belém do Pará”
El uso exclusivo del idioma portugués en América, la recepción de migrantes italianos, japoneses y centroeuropeos, entre otros, junto con la presencia de pueblos originarios, conquistadores ibéricos y afro-descendientes habrían generado en Brasil una experiencia histórica única, sensual y admirable, a la vez particular y universal, que no sería reducible a lo latinoamericano.
Mis compatriotas no se han privado de señalar que Buenos Aires era la París de Sudamérica, y que la historia, la genética y las costumbres nacionales claramente ubicaban al país fuera del continente americano, al que se suponía más bárbaro, más indígena, más tropical y más brutal. Primó durante mucho tiempo no la tesis de la excepcionalidad argentina sino más bien de la ajenidad rioplatense respecto a América latina. Como cantaba Seru Giran en“ No llores por mí, Argentina” en 1982,“ Ella no quiere ser amiga de un chico de este pueblo”. Tenemos también la cuestión del peronismo que, para bien o para mal, ha teñido de originalidad a la experiencia argentina de manera ininterrumpida desde hace casi setenta años, y legitima las posturas de quienes insisten en marcar los rasgos nacionales más que los latinoamericanos.
¿ Quién podría argumentar en contra de la tesis de la excepcionalidad histórica de países como Haití, el primero en independizarse en el continente, el único país en el que los esclavos consiguieron deshacerse de los amos blancos y ha sido una de las mayores plazas de francofonía fuera de Francia? Sería absurdo no reconocer las particularidades de una nación como esa, que alberga una de las mayores cantidades de dolor social y de pobreza de los siglos XX y el actual. ¿ No es acaso, también, particular Panamá, un país nacido de una altivez provincial a la que Washington rápida e interesadamente le dio vuelos independentistas? ¿ Cómo no declarar excepcional la historia de una nación partida al medio por un canal interoceánico que actuó a la vez como columna vertebral de su economía y como tajo imperialista hasta 1999?
Los ejemplos podrían repetirse. Todos ellos muestran que la idea de la excepcionalidad nacional pulula impune, firme y ridículamente por las tierras del continente en estos tiempos lo mismo que a finales del siglo XIX. ¿ Puede un conjunto de países irreductiblemente particulares constituir una unidad en algún sentido? Si son todos tan distintos e incluso unos mejores que otros, ¿ para qué estudiarlos de conjunto si la perspectiva deseable sería la estrictamente nacional? En este sentido planteo que tanto enseñar como investigar sobre América latina depende, en buena medida, de una decisión que es epistemológica, pero también política. Es la voluntad de reconocer, casi crear, la historia latinoamericana como objeto de estudio, desplazando a las historias nacionales. Está claro que la búsqueda y la exaltación de las particularidades nacionales es un ejercicio medularmente etnocéntrico y algo patético, aunque pueda tener alguna impronta de reafirmación anti-imperialista que es atendible. Sin embargo, varias de esas particularidades existen. El punto no es negarlas sino ponerlas en contraste con las similitudes y los procesos compartidos. Más que ningunear a las singularidades lo que sería útil es percibirlas junto a las generalidades, a las repeticiones. La cuestión no es armar un relato historiográfico en el que se pongan de manifiesto sólo los aspectos compartidos desde Ushuaia a Ciudad Juárez, sino de encontrar un equilibrio que evite la exaltación nacionalista y el esencialismo folklorizante latinoamericanista. No estoy diciendo que la violencia colombiana es ordinaria, sino que los colombianos no tienen el dudoso monopolio de masacrarse según se afilien a un partido o a otro. No planteo que el bipartidismo que caracterizó a Uruguay por un siglo sea una cosa tan común como el agua caliente, sino que el bipartidismo no fue inventado en Montevideo ni organizó las fuerzas políticas de esa manera sólo en tierra oriental. De nuevo, el asunto es dónde se pone el ojo, a dónde apunta la voluntad de escudriñar a los fenómenos sociales que queremos investigar.