Ernestino
CONCEPCIÓN:
La mosca Rigoberta hacía cinco días que
estaba en esa casa. La señora dueña se había
ido una semana al interior, y había dejado
olvidada en el tacho de la cocina, una bolsa
rebosante de basura que poco a poco se fue
pudriendo. Rigoberta, no desaprovechó esa
oportunidad. A eso de las ocho de la noche,
eligió el tacho como lugar de parto, y esa
misma madrugada puso hasta 8.000 huevos.
Las diminutas y blancas bolitas se esparcieron
dentro y fuera de la bolsa; por la pared cercana
a la heladera; por las baldosas sin barrer, y
retozaron durante un buen rato. En el correr de
la mañana, las larvas eclosionaron, y
comenzaron a devorar restos orgánicos,
altamente ricos en nutrientes. Eran unos
gusanitos amarillentos, de un tamaño de 3 a 9
milímetros de longitud, que se arrastraban con
asombrosa rapidez. No tardaron en aprovechar
la –para ellos inmensa bolsa, como cobijo,
aunque algunas, más anárquicas, culminaron a
solas su alimentación, bajo el juego de
comedor; contra la cómoda; o bordeando algún
sillón, ya invadiendo el living. Al mediodía, sea
donde estuviesen, cada una de ellas se
transformaron en pupas. Otra vez eran unas
bolitas, ahora marrones o rojizas, y de 8
milímetros. Rigoberta y los otros adultos
deambulaban la casa; los adornos; el tapizado;
el baño; la habitación de la mujer; buscando
alimento.
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