La señora de casa, avanzaba por la ruta, de regreso, en un
micro. No se imaginaba lo que le esperaba al llegar.
DÍA 1:
A las cinco de la tarde, las mosquitas, apresadas dentro de las
pupas, lucharon por salir, pateando las duras pero rompibles
paredes de las mismas. Sólo 34 murieron en el intento,
asfixiadas. Las demás, lograron hacer el corte circular, y salieron
al exterior, aspirando el frío y exquisito aire.
Artura, a un costado del tacho, desplegó sus alitas, y las probó
un par de veces. No voló muy alto, aunque desde un principio
tuvo destreza para aterrizar. Pasó los primeros minutos de su
vida posada en una pared, viendo el ruidaje que unos
moscardones hacían, alrededor de unas cacerolas y sartenes.
Se exaltó de pronto, al ver avanzar hacia ella con urgencia, a
algunos machitos, pero luego comprendió que no había
remedio. Se dejó montar por uno, al igual que otras miles en
distintos puntos de la cocina y el living.
El apareamiento terminó, y la casa lentamente iba quedando a
oscuras de nuevo, a medida que se acercaba el ocaso.
Ni las moscas niñas, ni las adultas, se turbaron al oír el ruido del
portón; pero cuando la señora abrió ingenuamente la puerta,
dejando entrar la poca claridad que le quedaba al día, se
echaron a volar todas, enloquecidas:
Ahhhhhh aulló aterrada la doña, tapándose la cabeza con las
manos, mientras miles de moscas le revoloteaban, algunas
saliendo al exterior, otras confundiéndose con sus ropas,
aquellas yendo a inspeccionar las plantas del patio, estas
posándose como imantadas en la lamparita.
En el caos, la mujer atinó a prender la luz del comedor y la
cocina, y largó un grito idéntico al primero, al ver un tumulto de
moscas, moscardones, larvas atrasadas, pupas abandonadas.
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