Tomó el repasador de la mesa, y empezó a sacudirlo en todas
direcciones, o golpeándolo contra las paredes, o los muebles sin
cosas frágiles. Corrió, pegando grititos hasta el baño, y tomó el
antiguo aparato rociador de insecticida, herencia de su madre.
Siempre lo tenía lleno, por si acaso, pero eran tantas las moscas
que había, que lo vació pareciéndole que apenas había rociado
algo.
Bien. Hablemos un poco de números, una vez finalizada la
matanza: 83 moscas murieron por golpe de repasador. 359 por
los efectos del insecticida. 56 sobrevivieron dentro de la casa, a
pesar del veneno, y unas 6.500 aproximadamente, huyeron o
se quedaron, completamente sanas, en los alrededores del
patio o la finca en general. Rigoberta fue, lamentablemente, una
de las que murió intoxicada, junto a un florero de margaritas
artificiales. Pero Artura tuvo suerte: fue una de las 56
sobrevivientes que se quedaron en la casa, escondidas, o
simplemente fuera del alcance de la vieja, que ya no se ocupaba
de ellas, sino de baldear la cocina, sacar la basura, lavar el
tacho que tenía mayonesa desparramada en el fondo. En esa
limpieza, otras 148 larvas fenecieron aplastadas, o trituradas por
el trapo de piso. Los moscardones, tuvieron suertes dispares: 37
también huyeron, pero 26 la quedaron. Uno de ellos, Manolo,
vale decir que se lo buscó. La doña le tiró decenas de golpes de
repasador, junto al extractor apagado. Tuvo decenas de
oportunidades de escurrirse entre las aletas inmóviles y huir;
pues no, se empecinó en quedarse, y finalmente recibió un
golpe de dura tela, certero y lapidario. El padre de Artura, por el
contrario, escapó en la majuga.
DÍA 2:
Artura no se mostraba triste, ni siquiera alterada por el
fallecimiento de su madre; de varios de sus tíos; y de
muchísimos de sus hermanos. Sin embargo, no era de buen
humor. No era muy sociable: en realidad ninguna de sus
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