Isla #1 | Page 12

hermanas (a las que ella llamaba apenas <>) lo eran; pero al fin, era huraña. Con la única que se llevaba más o menos bien, era con su hermana Nuria, a pesar de ser atrevida, y hasta temeraria, en ocasiones. Con los varones, no se llevaba, por lo escandalosos, pero sobre todo por lo incestuosos. Le tenía especial fastidio a Ronald, que la había montado. Claro que ella aún no tenía síntomas de preñez, pero lo rechazaba por descortés. A Ronald no le importaba mucho esto; se pavoneaba todo el día con los muchachos, atrás de la heladera, al parecer la zona “cool”. Pero a quien bancaba menos Artura, era a la señora de casa. ¡Qué vieja más tacaña! Apenas si comía, y cuando lo hacía, era un milagro que dejara alguna sobra. Artura se olvidó de cuántas excursiones hizo hacia la mesa de la cocina, buscando migas de galletas. Poco y nada. Nuria, risueña, a pesar del hambre, jugueteó con ella, sin lograr cambiarle la cara de alunada. Tío Íbero, era el único moscardón de la casa. Era bastante dormilón, y curiosamente tranquilo; pero había ratos que se ponía denso. La vieja se irritaba, y Artura tenía sentimientos encontrados: por momentos la divertía la impertinencia de su tío, por cómo hacía poner a la doña; pero llegado un punto, ella misma se hartaba de los zumbidos que el viejo daba, y deseaba que un golpe de palmeta lo alcanzara. Si sería tacaña la vieja, que a pesar de saber que había sobrevivientes del día anterior, no había comprado más insecticida. Pero eso era un alivio para Artura y para los demás, que tragaban con ruido. DÍA 4: La vieja era rutinaria. No tardaron en aprenderse su itinerario. Se levantaba a las ocho, y se preparaba café (todo el tiempo tomaba café, salvo de tardecita que sorbía un té) y lo tomaba con galletas en su cuarto recostada. El almuerzo era 12