hermanas (a las que ella llamaba apenas <>) lo
eran; pero al fin, era huraña. Con la única que se llevaba más o
menos bien, era con su hermana Nuria, a pesar de ser atrevida,
y hasta temeraria, en ocasiones. Con los varones, no se llevaba,
por lo escandalosos, pero sobre todo por lo incestuosos. Le
tenía especial fastidio a Ronald, que la había montado. Claro
que ella aún no tenía síntomas de preñez, pero lo rechazaba por
descortés. A Ronald no le importaba mucho esto; se pavoneaba
todo el día con los muchachos, atrás de la heladera, al parecer
la zona “cool”. Pero a quien bancaba menos Artura, era a la
señora de casa. ¡Qué vieja más tacaña! Apenas si comía, y
cuando lo hacía, era un milagro que dejara alguna sobra. Artura
se olvidó de cuántas excursiones hizo hacia la mesa de la
cocina, buscando migas de galletas. Poco y nada. Nuria,
risueña, a pesar del hambre, jugueteó con ella, sin lograr
cambiarle la cara de alunada.
Tío Íbero, era el único moscardón de la casa. Era bastante
dormilón, y curiosamente tranquilo; pero había ratos que se
ponía denso. La vieja se irritaba, y Artura tenía sentimientos
encontrados: por momentos la divertía la impertinencia de su tío,
por cómo hacía poner a la doña; pero llegado un punto, ella
misma se hartaba de los zumbidos que el viejo daba, y deseaba
que un golpe de palmeta lo alcanzara.
Si sería tacaña la vieja, que a pesar de saber que había
sobrevivientes del día anterior, no había comprado más
insecticida. Pero eso era un alivio para Artura y para los demás,
que tragaban con ruido.
DÍA 4:
La vieja era rutinaria. No tardaron en aprenderse su itinerario.
Se levantaba a las ocho, y se preparaba café (todo el tiempo
tomaba café, salvo de tardecita que sorbía un té) y lo tomaba
con galletas en su cuarto recostada. El almuerzo era
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