en vez de darle esa altura a la pirámide misma. Hice los cálculos
y empecé de cero.
Mi casa, mientras tanto, estaba totalmente movilizada. Mi
hermano, con la asistencia esporádica de papá, organizaba el
velorio e invitaba conocidos. Me dio por pensar en la asimetría
de su trabajo grande, de aspavientos, y mi trabajo chiquito, de
sentarme en un rincón y me pregunté por qué ellos siempre me
dejaban tranquila.
Como siempre, me faltó una solapa es decir, la dibujé, y
después me la comí al recortar y tuve que emparchar nuestra
pirámide con una cinta adhesiva de lo más vulgar. Intenté
rellenar la pirámide con el engrudo de mi hermano, pero se veía
fea, humedecida, así que me tomé una libertad artística: metí el
engrudo directamente en el cubo transparente y le dibujé, con
marcador permanente, un triángulo en cada uno de los cuatro
laterales. Era una pirámide conceptual, y creo que a mi hermano
le hubiera hecho gracia la idea.
Cuando el cubo ya estaba en el cajón y la gente empezaba a
llegar a la sala de los muertos comprobé que no había foto.
Donde yo hubiera querido una imagen de mi hermano,
refulgente de bronceado, había una imagen de jesús, refulgente
de angelitos.
Papá y mamá explicaban la falta de fotos diciendo que mi
hermano vino en los tiempos de la crisis. El chiquito y yo
tenemos hasta cintas VHS de nuestros primeros pasos. La única
foto que encontré de mi hermano es de hecho una foto de bebé.
Lo sostiene mi mamá, contra su cara, radiante y orgullosa. El
problema es que luego hay otra foto exactamente igual, pero
que incluye a mi papá al otro lado del bebé. Evidentemente
papá pudo entrar en el cuadro porque ya había un cuarto
integrante de la familia para sostener la cámara, y el bebé de
esa segunda foto soy yo.
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