Así que se decidió que nosotros haríamos un funeral sin muerto
o sea, sin uno material y disponible mientras que el cuerpo de
mi hermano permanecería en Samoa, a disposición de sus
familiares más recientes.
Me retiré a mi cuarto a revisar las cartas de mi hermano, en
busca de material para una semblanza o discurso de despedida.
En la vida real nunca había visto un velorio con orador más
que un cura protocolar pero imaginé que íbamos a suplir la
falta de cuerpo con algo de parafernalia. Imagínennos a todos,
un día entero sentados, llorando en torno a un cajón vacío.
Primero apilé las cartas, separadas por receptor y en orden
cronológico. Descubrí que solo había una carta a mi padre
correspondiente a una semana en la que mamá se pasó en el
hospital. Mi hermano chico no tenía cartas, sino 4 postales. Mi
montón de cartas, después de todo, era más alto que el de
mamá. Me había escrito muchas menos veces, pero más
páginas.
Es que era difícil seguirle el rastro y hasta mamá perdía la
paciencia. A veces él le decía que se iba a quedar 15 días más
en un lugar, pero no cumplía, y la carta de mamá nunca llegaba
a sus manos. Yo nunca intenté contactarme con él y hubo varios
años a partir del momento en que se fue en que nuestra
relación fue nula. Sin embargo, cuando mamá le contó que yo
estaba preparando mi primer viaje, apareció en el buzón una
carta eterna, dirigida a mí, plagada de consejos que iban desde
cómo armar la mochila hasta las maneras menos deshonestas
de obtener dinero de turistas y locales con su análisis personal
de por qué eran menos deshonestas.
En ese momento yo estaba contenta de irme, pero también
tenía mucho miedo. Cuando le contesté a esa carta aún tenía
preguntas por hacer y además, lo convertí a él en el guardián de
protocolos de mi hora de morir por si algo me pasaba. Ahora
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