¿Para qué vivo? musitó de pronto.
Tío Íbero se les sumó en silencio, y escuchó:
¿Para qué vivo? –repitió la vieja ¡¿Para quién?!
Lloriqueó un poco más, pero luego de hacer un poco de ruido
con la nariz, la casa quedó definitivamente en silencio.
DÍA 9:
La primera vez que Nuria cruzó drásticamente la línea, fue ese
mediodía. Temprano, la vieja salió a hacer unas compras, y
volvió al rato, acompañada por un muchacho, que la ayudaba
con las bolsas.
Gracias mijo dijo la vieja, y le dio algunas monedas de propina.
Comenzó a sacar las cosas, desparramándolas en la mesa:
acelgas, zapallos, boñatos, alcachofas, un par de latas de atún,
espárragos... Nuria sabía que las latas de atún eran tan
impenetrables como el frasco de galletas que reposaba en la
altura del estante de la cocina. Y la vieja seguía sacando cosas.
Artura nunca la había visto hacer una compra tan abundante,
pero dedujo que con eso se las arreglaría durante todo el largo
mes, y quizás aun más. También detectó la actitud impulsiva con
la que amaneció su hermana, y la observaba con atención.
La vieja sacó los espárragos del paquete, y puso agua a
calentar en una olla. Nuria movió velozmente las patas
delanteras. Artura la seguía mirando, pero pronto se sorprendió
a ella misma, haciendo lo propio. Pero la vieja lo pensó mejor.
Iba a dejar los espárragos en la mesa, pero decidió guardarlos
mientras el agua hervía. Nuria vio que se los llevaba, y
desesperada, voló a picotear algo, pero la doña, con inesperada
rapidez, los guardó en la heladera, y la cerró, dejando encerrada
a la mosca. Artura abrió bien grades los ojos. Luego de titubear,
fue enloquecida a avisar a tío Íbero. La vieja se sentó en la
mecedora, y se puso a tejer crochet, parloteando. Su ánimo
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