destreza; de su fuerza; de su capacidad para volar. Era el líder
de esa pequeña bandada de adolescentes, y muchos lo
respetaban. Pero con Artura no se metía, pues Nuria se
enojaría. Y no era conveniente hacer enojar a Nuria; porque así
como era risueña, podía transformarse en una fiera al instante. A
lo sumo, Ronald revoloteaba a unos centímetros; pero lo
suficientemente lejos como para que no se le acusara de nada.
Esa tarde, Ronald quiso inscribir para siempre su nombre, en las
páginas más doradas de la historia de las moscas, y aún de los
insectos en general. Contra una de las esquinas que formaban
las paredes del living, un mosquito cayó preso en la telaraña de
una pequeña pero temible araña. Ésta, satisfecha de su éxito, se
sobraba, y no se decidía a ir a envolver a su presa. A la vista de
todos, Ronald, voló como un cohete, y con un golpe fiero, libró al
mosquito de la trampa, el cual quedó tan absorto, que tardó en
darse cuenta de su suerte, y recién se echó a volar, cuando
estaba peligrosamente cerca del piso. Los muchachones
bramaron admirados, al igual que otras moscas, entre ellas –y
no pudo evitarlo Nuria, que como ya mencioné, adoraba el
peligro. Artura se mostró totalmente indiferente a la escena. La
araña, furiosa, se inclinó mostrando los colmillos, y se fue a su
rincón. La cosa no quedaría así.
DÍA 7:
La noche era tranquila y apacible. La vieja limpiaba, pero a
veces se dejaba estar. Las moscas, con los días se las fueron
ingeniando para encontrar alimento en cualquier lado. Sin
embargo, la fuente principal de comida, seguía siendo el tacho
de afuera. Artura recurría a él, sólo durante el día. Al caer la
noche, sólo los machos, y a veces la valentona Nuria, se
quedaban escudriñando la bolsa negra; pero no eran más de las
nueve, cuando ella también se metía en la casa.
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