EL INVERSOR Y LA INFLACIÓN
Todo lo anterior nos devuelve a nuestra conclusión de que el inversor
no tiene ningún criterio sólido para esperar una rentabilidad superior a la
media de, digamos, el 8% en una cartera de acciones de tipo DJIA
adquirida al nivel de precios de finales de 1971. No obstante, ni siquiera el
hecho de que estas expectativas resultasen estar minusvaloradas de manera
substancial demostraría la sensatez de un programa de inversión compuesto
exclusivamente por acciones. Si el futuro tiene algo garantizado es que los
beneficios y el valor de mercado anual medio de una cartera de valores no
crecerá a un tipo uniforme del 4% ni de ninguna otra cifra. En las
memorables palabras de J.P. Morgan, «Fluctuarán»* Esto significa, en
primer lugar, que el comprador de acciones a los precios actuales, o a los
precios del futuro, correrá un riesgo real de sufrir resultados insatisfactorios
durante un período de varios años. Fueron necesarios 25 años para que
General Electric (y el propio DJIA) recuperase el terreno perdido en la
debacle de 1929-1932. Además, si el inversor concentra su cartera en
acciones, es muy probable que se deje llevar por los arrebatadores
incrementos o por los deprimentes declives. Esto resulta especialmente
cierto si su razonamiento le lleva a expectativas de inflación adicional.
Porque en ese caso, si se produce otra fase a1cista en el mercado, tomará la
gran subida del mercado no como una señal de peligro de una inevitable
carda, m como una oportunidad de cobrar sus cuantiosos beneficios, sino
como una reivindicación de las hipótesis de inflación Y como un motivo
para seguir comprando acciones por elevado que sea el nivel del mercado o
por bajo que sea el rendimiento en forma de dividendo. Ése es el camino
hacia el crujir y rechinar de dientes.
Alternativas a las acciones como cobertura frente a la inflación
La política ordinaria de las personas de todo el mundo que
desconfían de su divisa ha sido comprar y conservar oro. Esta actividad ha
sido ilegal para los ciudadanos de Estados Unidos desde 1935, por fortuna
para ellos. En los último 35 años el precio del oro en el mercado abierto ha
pasado de 35 dólares por onza a 48 dólares por onza a principios de 1972,
un incremento de únicamente el 35%. Sin embargo, durante todo este
tiempo, el tenedor de oro no ha recibido ningún tipo de renta por su capital
y, al contrario, ha sufrido ciertos gastos anuales por el almacenamiento.
Evidentemente, habría conseguido mucho mejores resultados con su dinero
*
John Pierpont Morgan fue el financiero más poderoso de finales del siglo XIX y principios del xx. A
causa de su gran influencia, siempre le preguntaban qué iba a hac er a continuación el mercado de valores.
Morgan acuñó una respuesta asombrosamente breve e infaliblemente exacta: «Fluctuará». Véase lean
Strouse, Morgan: AmericanFinancier (Random House, 1999), pág. 11.
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