EL INVERSOR INTELIGENTE
En la actualidad nuestra preocupación es exactamente la contraria.
Tenemos que evitar que nuestros lectores acepten el uso ordinario que
aplica el término «inversor» a todos y cada uno de los que se encuentran
presentes en el mercado de valores. En nuestra última edición citábamos el
siguiente titular de un artículo de portada del principal periódico financiero
de Estados Unidos, publicado en junio de 1962:
Los pequeños inversores adoptan una postura bajista: venden en
descubierto lotes incompletos
En octubre de 1970 el mismo periódico publicaba un artículo
editorial en el que se criticaba a los que denominaba «inversores
imprudentes», que en esta ocasión se afanaban en el lado comprador.
Estas citas ilustran suficientemente la confusión que ha dominado
durante muchos años en el uso de las palabras inversión y especulación.
Piense en la definición de inversión que hemos propuesto anteriormente, y
compárela con la venta de unas cuantas acciones por parte de un miembro
inexperto del público, que ni siquiera es propietario de lo que está
vendiendo, y que tiene una convicción, que en gran medida es puramente
emocional, de que va a poder recomprarlas a un precio muy inferior. (No es
improcedente señalar que cuando apareció el artículo de 1962, el mercado
ya había experimentado un declive de importancia sustancial, y estaba a
punto de experimentar un repunte de aún mayor entidad. Era
probablemente uno de los peores momentos posibles para vender en
descubierto). En un sentido más general, la expresión utilizada en el
segundo caso de «inversores imprudentes» podría ser considerada como
una contradicción en los términos digna de carcajada, algo así como
«avaros manirrotos», si esta utilización improcedente de las palabras no
fuese tan nociva.
El periódico empleaba la palabra «inversor» en estos casos porque en
el despreocupado lenguaje de Wall Street, todo aquel que compra o vende
un valor se convierte en un inversor, con independencia de lo que compre,
o de cuál sea su objetivo, o el precio que paga, o de que lo haga al contado
o a margen. Compare esta situación con la actitud que mostraba el público
hacia las acciones en 1948, cuando más del 90% de los encuestados se
declaraban contrarios a la compra de acciones.3
Aproximadamente la mitad afirmaba que su motivo era que «no era
seguro, que creía que la bolsa era un juego de azar», y aproximadamente la
otra mitad afirmaba que el motivo era que «no estaba familiarizado con ese
tipo de operaciones».* Es realmente paradójico (aunque en modo alguno
*
El estudio mencionado por Graham fue realizado para la Reserva Federal por la Universidad de
Michigan y fue publicado en el Boletín de la Reserva Federal, en julio de 1948. Se preguntaba a los
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