EL INVERSOR INTELIGENTE
¿Que tratamos, entonces, de lograr con este libro? Nuestro
principal objetivo consistirá en orientar al lector para prevenirle frente a
las áreas de posibles errores sustanciales, y en desarrollar políticas con
las que se sienta cómodo. Hablaremos bastante sobre la psicología de los
inversores, porque indiscutiblemente el principal problema del inversor,
e incluso su principal enemigo, es muy probable que sea él mismo. (“La
culpa, querido inversor, no está en nuestras estrellas, y no está en
nuestras acciones, sino en nosotros mismos ...”) .
Esto ha resultado ser aún más cierto en las últimas décadas, a
medida que se hacía cada vez más necesario que los inversores
conservadores adquiriesen acciones ordinarias y por lo tanto se
expusiesen, de manera voluntaria o no tan voluntaria, a las emociones y
las tentaciones del mercado de valores. Mediante explicaciones,
ejemplos y exhortaciones, esperamos ayudar a nuestros lectores a
establecer una actitud mental y emocional adecuada para abordar sus
decisiones de inversión. Hemos visto ganar y conservar mucho más
dinero a “personas comunes” que estaban temperamentalmente bien
dotadas para el proceso de inversión que a otras personas que carecían de
esta buena predisposición anímica, aunque tuviesen un gran
conocimiento de las finanzas, la contabilidad y la historia del mercado de
valores.
Adicionalmente, tenemos la esperanza de implantar en el lector la
tendencia a medir o cuantificar. Respecto de 99 de cada 100 emisiones
podríamos decir que a un precio determinado son suficientemente
baratas para comprarlas, y a otro precio determinado serían tan costosas
que deberían ser vendidas. El hábito de relacionar lo que se paga con lo
que se ofrece es un rasgo valiosísimo a la hora de invertir. En un artículo
publicado en una revista destinada a mujeres hace muchos años
aconsejamos a las lectoras que comprasen sus acciones de la misma
forma que compraban en la tienda de ultramarinos, y no como
compraban sus perfumes. Las pérdidas realmente horrorosas de los
últimos años (y de muchas otras ocasiones anteriores) se sufrieron en
emisiones de acciones en las que el comprador se olvidó de realizar la
pregunta esencial: “¿Cuánto cuesta?”.
En junio de 1970 la pregunta “¿Cuánto cuesta?” podría haber sido
respondida con la cifra mágica de 9,40%: la rentabilidad que se podía
obtener en las nuevas ofertas de obligaciones de primera categoría de
empresas concesionarias de servicios públicos. En la actualidad esa cifra
se ha reducido a aproximadamente al 7,3%, pero incluso este
rendimiento resulta suficientemente tentador para plantearse la siguiente
pregunta: “¿Para qué molestarse en buscar cualquier otra respuesta?”. No
obstante, hay muchas otras respuestas posibles, que deben ser
cuidadosamente consideradas. Además, tenemos que repetir que tanto
22