INTRODUCCIÓN
En el área de muchas acciones ordinarias de segundo y tercer
orden, sobre todo en el caso de empresas recientemente admitidas a
cotización, el caos provocado por la última quiebra del mercado fue
catastrófico. No es que fuese una novedad en sí mismo, dado que ya
había ocurrido algo similar en 1961-1962, pero en el caso actual se ha
producido un elemento novedoso en el sentido de que algunos de los
fondos de inversiones tenían grandes compromisos en emisiones
extraordinariamente especulativas y evidenteme nte sobrevaloradas de
este tipo. Es obvio que no sólo hay que advertir al principiante de que
aunque el entusiasmo pueda ser necesario para conseguir grandes logros
en otros lugares, en el mercado de valores conduce de manera
prácticamente segura al desastre. La principal cuestión que debemos
abordar surge del enorme aumento del tipo de interés en las obligaciones
de primera categoría. Desde finales de 1967 el inversor ha podido
obtener mucho más del doble de renta de tales obligaciones de lo que
habría podido obtener de los dividendos de unas acciones
representativamente equivalentes. A principios de 1972 la rentabilidad
de las obligaciones de mayor nivel era del 7,19%, en comparación con
un mero 2,76% en el caso de los valores industriales. (Estas cifras deben
compararse con el 4,40% y el 2,92%, respectivamente, de finales de
1964). Resulta difícil caer en la cuenta de que cuando escribimos por
primera vez este libro en 1949 las cifras eran casi exactamente las
contrarias: las obligaciones rendían únicamente el 2,66% y las acciones
rendían el 6,82%.2 En las ediciones anteriores hemos urgido de manera
constante a que por lo menos el 25% de la cartera del inversor
conservador estuviese invertido en acciones, y en general nos hemos
mostrado partidarios de un reparto a partes iguales entre los dos tipos de
instrumentos. En la actualidad debemos planteamos si la mayor ventaja
actual del rendimiento de las obligaciones en comparación con el
rendimiento de las acciones podría llegar a justificar una política de
inversión exclusiva en obligaciones hasta que se vuelva a establecer una
relación más sensata, como esperamos que ocurra. Por supuesto, la
cuestión de la inflación continuada tendrá la máxima importancia a la
hora de llegar a una decisión en este terreno. Dedicaremos un capítulo a
esta exposición**.
En el pasado hemos realizado una distinción básica entre los dos
tipos de inversores a los que se dirigía este libro: el «defensivo» y el
«emprendedor». El inversor defensivo (o pasivo) es el que centra
**
Véase el capítulo 2. A principios del año 2003, las obligaciones del Tesoro de Estados Unidos con
vencimiento a 10 años ofrecían una rentabilidad del 3,8%, mientras que las acciones (medidas en función
de DJIA) ofrecían una rentabilidad del 1,9%. (Se debe tener en cuenta que esta relación no es muy
diferente de las cifras de 1964 que menciona Graham). La renta generada por las obligaciones de mejor
calidad ha venido reduciéndose incesantemente desde 1981.
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