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Es habitual, pensar que fue Thomas Alva Edison quien inventó la bombilla eléctrica, pero, como en muchas otras cosas, lo que hizo fue conseguir la patente de un invento de otro, mejorarlo y, sobretodo, comercializarlo con éxito.

Las primeras bombillas las hizo Joseph Swan, un químico y físico británico que hizo pasar corriente eléctrica a través de un filamento de papel carbonizado que estaba metido dentro de una bombilla.

Al pasar la corriente el filamento se calentaba tanto que empezaba a emitir luz. El problema era que duraba muy poco, ya que pronto se quemaba. Para evitarlo, Swan intentó hacer el vacío dentro de la bombilla: sin oxígeno para quemar, el filamento debía resistir más tiempo.

De hecho, nunca lo consiguió del todo. La calidad del vacío que obtenía no era lo suficientemente buena, pero en todo caso fue suficiente para presentar sus bombillas en la Sociedad de Química de Newcastle, obtuvo la patente de ese invento y montar una empresa para comercializar la foto. De hecho, su casa fue la primera que dispuso de luz eléctrica.

Pero el sistema era ineficiente, y la genialidad de Edison fue conseguir que aquello, que era muy prometedor, funcionara de verdad. Edison se dedicó a buscar un material para hacer los filamentos que alargara mucho la duración de la bombilla, un trabajo que no resultó nada fácil.

Se hicieron intentos con miles de materiales de todo tipo, desde hilo de platino hasta pelos de barba humanos. Precisamente el platino era de los que daba mejores resultados, pero resultaba económicamente inviable.

De todos modos, si Edison tenía alguna cualidad era la de ser insistir. Dicen que un empleado suyo le preguntó si no se desanimaba con tantos fracasos, y él respondió que aquello no eran fracasos: «Ahora ya conozco más de mil maneras de cómo no hacer una bombilla».