Intervenciones en teoría cultural | Page 96

Modernidad y diferencia 95 preocupación aquí es con la manera en la cual estos desarrollos por fuera de ‘Occidente’ son reorganizados como parte de su propia historia” (Mitchell 2000: 8). Ahora bien, estos relatos difusionistas de la modernidad no son patrimonio exclusivo de los autores más conservadores. Pensadores críticos como Marx reproducen el supuesto del tiempo-lugar de la modernidad que encuentra en Europa su epicentro. Después de todo Marx era un hombre del siglo XIX, cuando la idea de progreso, abiertamente eurocentrada, articulaba el imaginario teórico y político de la época. No obstante, la equiparación de modernidad con Europa dentro de los relatos difusionistas no es un asunto que se limita a las elaboraciones del siglo XIX. Como ha argumentado Arturo Escobar (2003: 55-60, 2010: 190-191), en la caracterización convencional de la modernidad las autoridades más usualmente referidas desde las ciencias sociales y la filosofía (Durkheim, Weber, Habermas, Berman y Giddens, entre otros) operan en conceptualizaciones eurocentradas e intraeuropeas de la modernidad. Tanto para los pensadores conservadores como para los críticos la equiparación entre modernidad y Europa es tal que hablar de euro-modernidad seria una redundancia. En términos de nuestro análisis, el grueso de estas aproximaciones se inscriben en los relatos difusionistas de la modernidad. Pero no solo las aproximaciones más convencionales se mueven dentro de los relatos difusionistas. Algunas elaboraciones recientes con lecturas más complejas parecen estar todavía capturadas por las retóricas difusionistas; tal es el caso de sugerente libro de Bruno Latour, Nunca fuimos modernos, que interroga si Europa realmente ha sido moderna. Según Latour (2007: 28), lo moderno se refiere a dos tipos de prácticas radicalmente diferentes. De un lado, las prácticas de purificación, el permanente esfuerzo de separación ontológica entre humanos y no humanos (la cultura y la naturaleza). De otro, las prácticas