Modernidad y diferencia
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preocupación aquí es con la manera en la cual estos desarrollos
por fuera de ‘Occidente’ son reorganizados como parte de su
propia historia” (Mitchell 2000: 8).
Ahora bien, estos relatos difusionistas de la modernidad no son
patrimonio exclusivo de los autores más conservadores. Pensadores
críticos como Marx reproducen el supuesto del tiempo-lugar de
la modernidad que encuentra en Europa su epicentro. Después
de todo Marx era un hombre del siglo XIX, cuando la idea de
progreso, abiertamente eurocentrada, articulaba el imaginario
teórico y político de la época. No obstante, la equiparación de
modernidad con Europa dentro de los relatos difusionistas no es
un asunto que se limita a las elaboraciones del siglo XIX. Como
ha argumentado Arturo Escobar (2003: 55-60, 2010: 190-191), en
la caracterización convencional de la modernidad las autoridades
más usualmente referidas desde las ciencias sociales y la filosofía
(Durkheim, Weber, Habermas, Berman y Giddens, entre otros)
operan en conceptualizaciones eurocentradas e intraeuropeas de la
modernidad. Tanto para los pensadores conservadores como para
los críticos la equiparación entre modernidad y Europa es tal que
hablar de euro-modernidad seria una redundancia. En términos de
nuestro análisis, el grueso de estas aproximaciones se inscriben en
los relatos difusionistas de la modernidad.
Pero no solo las aproximaciones más convencionales se mueven
dentro de los relatos difusionistas. Algunas elaboraciones
recientes con lecturas más complejas parecen estar todavía
capturadas por las retóricas difusionistas; tal es el caso de
sugerente libro de Bruno Latour, Nunca fuimos modernos, que
interroga si Europa realmente ha sido moderna. Según Latour
(2007: 28), lo moderno se refiere a dos tipos de prácticas
radicalmente diferentes. De un lado, las prácticas de purificación,
el permanente esfuerzo de separación ontológica entre humanos
y no humanos (la cultura y la naturaleza). De otro, las prácticas