Modernidad y diferencia
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La modernidad es violencia e imposición, sus manos están
ensangrentadas y ninguna retórica salvacionista puede ocultar
los cadáveres y las cadenas sobre los que se ha edificado.
Cualquiera sea el caso (celebración de la retorica salvacionista o
critica de la violencia constitutiva), desde ambas perspectivas la
modernidad es esencialmente una, posee una suerte de identidad
esencial, la cual es equiparada en su origen con Europa. En efecto,
tanto en la variante celebratoria como en la crítica, se considera
que la modernidad es originada en Europa y luego ‘trasplantada’
por un proceso de difusión a otros lugares y a otra gente fuera de
Occidente y Europa. En estos lugares y estas gentes, en su posición
de receptores (gustosos o por imposición), la modernidad traída
de Europa se ‘aclimata’ con mayor o menor éxito produciendo una
especie de ‘modernidades diferenciales’ que, a pesar de todos los
esfuerzos, se las supone como copias más o menos exactas, más
o menos diletantes de la modernidad paradigmática y verdadera
proveniente de Europa. Estas narrativas son evidentes en las
conceptualizaciones historicistas de la transición (de la sociedad
tradicional a la moderna, de la subjetividad pre-moderna a la
moderna, de una ontología no dualista a una moderna) o de la
carencia (la definición de la diferencia en negatividad, como
ausencia). Desde esta posición, habría dos escenarios: uno serìa
el de la modernidad real y paradigmática en Europa, y el otro
correspondería a una serie de modernidades incompletas, de
todavía-no-modernidades, por fuera de Europa. Solo algunas de
ellas, con condiciones de excepcionalidad como en los Estados
Unidos, habrían logrado una semejanza tal que pueden ser
consideradas como modernidades auténticas o completas.
Desde estos supuestos, se considera que hay lugares y gentes
modernos, mientras que otros no lo han sido todavía o solo
lo son de forma incompleta e inadecuada. Vale recordar los
febriles debates de mediados de la década de los ochenta en