Distinciones teóricas en antropología
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Durante los años noventa, se realizó en los Estados Unidos
una crítica a la antropología postmoderna desde la perspectiva
de las prácticas (Fox 1991). Esto es, se cuestionó que en su
engolosinamiento con la escritura etnográfica y con los textos,
los antropólogos postmodernos habían perdido de vista la
relevancia de las prácticas institucionalizadas en la definición
y reproducción disciplinaria. Igualmente se cuestionó los
excesos de su hiper-reflexividad narcisista, en donde del sano
cuestionamiento al imaginario de objetividad de la ciencia
positivista se pasa a un fuerte ensimismamiento: “S i el vicio de
la etnografía clásica era el desprendimiento del desinterés ideal
a la indiferencia verdadera, el vicio de la reflexividad actual es
la tendencia para que el Yo abstraído, pierda la objetividad del
Otro culturalmente diferente” (Rosaldo 1991: 20).
Finalmente, a la antropología postmoderna se le ha criticado que a
pesar de que habla de políticas de la representación etnográfica y de
relaciones de poder en las prácticas escriturales, lo hace desde una
posición relativista que en la práctica supone la reproducción del
status quo: “El postmodernismo, y en especial sus elaboraciones más
extremas, afirman, en síntesis, que ‘todo vale’, que cualquier visión
de la realidad es por igual digna de crédito, que no existe ningún
procedimiento que garantice la verdad de lo que se afirma” (Reynoso
2003: 57). Ahora bien, como el mismo Reynoso afirma, que “[…]
todo vale significa, en la práctica, que todo siga igual” (2003: 59). Esto
no significa que tengamos que volver a los viejos modelos objetivistas
y referenciales para comprender la relación entre ‘verdad’ y política.
Como lo indican July Gibson y Katherine Graham en su presentación
de las implicaciones epistémicas del postestructuralismo:
Aunque los conocimientos no pueden ser
diferenciados de acuerdo con un mayor o menos
grado de precisión […] sí pueden distinguirse por
sus efectos ―los diferentes sujetos a los que otorgan