La cultura en la imaginación antropológica
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las experiencias de larga duración de muchas poblaciones en
el mundo, sino que no dan cuenta de ciertas confluencias y
regularidades en la marcación de diferencias.
De ahí que Grimson proponga mantener la idea de cultura,
más como una configuración en la que no sólo aparecen rasgos
diferenciadores sino que hay un régimen de articulación de
dichos rasgos. Pensar en términos de configuración no significa
homogeneidad (que todos los participantes de una cultura lo
hagan de la misma manera) y aceptación (que sea aceptada
por todos y en los mismos términos), sino que establece los
términos y el terreno de las heterogeneidades y de los rechazos.
Cuando se piensa en la configuración se hace énfasis en prácticas
sedimentadas en entramados de relaciones de poder hechas
espacialidades, corporalidades, subjetividades, legibilidades e
inteligibilidades. Por esto, las distintas configuraciones culturales
suponen campos de posibilidad, tramas simbólicas compartidas,
lógicas de interrelación (y de definición) entre las partes.
Sherry Ortner (2005) y Alcida Ramos (2004) consideran que
los argumentos a favor de abandonar la cultura por parte de los
antropólogos, en el preciso momento en que los líderes y pueblos
indígenas se lo han apropiado políticamente para agenciar una
variedad de reivindicaciones, son, cuando menos, sospechosos.
Ortner subraya que el concepto de cultura no es inherentemente
un concepto conservador ya que “[…] si bien reconocemos los
peligros muy reales de la ‘cultura’ cuando se la pone en juego para
esencializar y demonizar a grupos enteros de personas, también
debemos admitir su valor político crítico, para entender tanto el
funcionamiento del poder, como los recursos de quienes carecen de
él” (Ortner 2005: 31). Por tanto, el concepto de cultura depende de
quiénes se lo apropian y para qué es puesto en juego ya que puede
ser conservador y esencializador cuando es instru mentalizado por
los sectores dominantes para reproducir su poder, pero también