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Intervenciones en teoría cultural
social e histórica, son producidas, disputadas y transformadas
en formaciones discursivas concretas. Las identidades están
en el discurso, y no pueden dejar de estarlo. Al igual que ‘lo
económico’, ‘lo biológico’ o el ‘lugar’ (por mencionar algunos
ejemplos), son realidades sociales con una ‘dimensión discursiva’
constituyente que no sólo establece las condiciones de posibilidad
de percepciones y pensamientos, sino también de las experiencias,
las prácticas, las relaciones. Ahora bien, esto no es lo mismo que
afirmar que las identidades son sólo y puro discurso ni, mucho
menos, que los discursos son simples narraciones quiméricas
más allá de (o algo otro que) la realidad social y material. Es muy
importante no perder de vista esta matiz de sentido: “[…] decir
que el discurso constituye lo real no comporta afirmar que lo real
es una mera realización del discurso” (Briones 2007: 68). Las
formaciones discursivas son tan reales y con efectos tan materiales
sobre cuerpos, espacios, objetos y sujetos como cualquier otra
práctica social. Más aún, dado que los seres humanos habitamos el
lenguaje, de que somos sujetos atravesados por el significante (o
por lo simbólico, si se prefiere este modelo teórico), la ‘dimensión
discursiva’ es una práctica constituyente de cualquier acción,
relación, representación o disputa en el terreno de lo social.
Esto tampoco busca desconocer el componente narrativo de
las identidades. En efecto, las identidades están compuestas por
las narrativas cambiantes sobre sí, a