Identidades: conceptualizaciones y metodologías
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adquieren mayor relevancia haciendo que otras graviten o aparezcan
como latentes con respecto a éstas. De ahí que en el estudio de
cualquier identidad se requiera dar cuenta de las amalgamas
concretas en las cuales ésta opera. De lo contrario, se corre el
riesgo de idealizar esta identidad que interesa al investigador o
al activista obliterando la complejidad en la cual ésta de hecho
existe y puede ser objeto de la acción o interpelación colectiva o
individual. Como lo anota Grossberg: “La identidad es siempre un
efecto temporario e inestable de relaciones que definen identidades
marcando diferencias. De tal modo, aquí se hace hincapié en la
multiplicidad de las identidades y las diferencias antes que una
identidad en singular y en las conexiones o articulaciones entre los
fragmentos o diferencias” (2003: 152).
No se puede perder de vista, entonces, que las identidades
siempre se superponen, contrastan y oponen entre ellas. Antes que
unificadas y singulares, son múltiplemente construidas a lo largo
de diferentes, a menudo yuxtapuestos y antagónicos, discursos,
prácticas y posiciones. En consecuencia, las identidades no
son totalidades puras o encerradas sino que se encuentran
definidas por esas contradictorias intercesiones. Más aún, están
compuestas de manera compleja porque son troqueladas a través
de la confluencia y contraposición de las diferentes locaciones
sociales en las cuales está inscrito cada individuo (Mendieta
2003). De esta manera, los individuos pueden portar al mismo
tiempo múltiples y contradictorias identidades.
Un planteamiento que tiende a generar gran confusión en el
estudio de las identidades es el relacionado con su construcción
discursiva. Este planteamiento debe ser entendido como que las
identidades son discursivamente constituidas, pero no son sólo
discurso. Las identidades son discursivamente constituidas,
como cualquier otro ámbito de la experiencia, de las prácticas,
las relaciones y los procesos de subjetivación. En tanto realidad