3. CONTACTOS CON OTRAS CULTURAS
No interesa tanto en este trabajo analizar por qué el género masculino no era tan
importante para estas culturas antiguas, lo cual, de todos modos, parece saltar a la luz sin
demasiados estudios. En cambio, nos parece relevante la razón por la cual se ha ido dejando
de lado poco a poco el culto a la Diosa Madre, como así también, luego de ver ese por qué,
pensar qué hizo que, de todos modos, algo de ella quedara.
La Gran Diosa era principalmente cultivada en las culturas agrícolas, donde su
fecundidad era fundamental para el desarrollo de la naturaleza. A medida que fueron
surgiendo las ciudades y, con ellas, el pastoreo, se prescindió un tanto más de ellas. Las nuevas
estructuras militares también hicieron lo suyo en tal postergación, pues con ellas el rol
masculino fue creciendo lentamente y se fue elevando con él la importancia de la simiente de
este género en la procreación, esto es, la virilidad y los dotes preparados para la guerra. En
este sentido, no significó un cambio en la concepción del hombre como ser más fuerte en
cuanto a lo físico, pues ya desde antaño el hombre se dedicaba a la caza, a diferencia de la
mujer. Era ésta una de las pocas cualidades y tareas en que se distinguían. Lo que se modificó
fueron los valores que quedaron por encima en una nueva jerarquía, donde la actividad bélica
empezó a significar crecimiento. Un ejemplo claro de esto se ve en Egipto, en donde Atón, el
dios del Sol y la Justicia, concibe a sus hijos a partir de su semen y sin intervención femenina.
La mujer pasa a ser entonces una compañera del hombre.
¿Qué pudo haber hecho que el sentimiento feminista no dejara de hacerse notar aun
en estructuras rígidamente patriarcales y con tan altas estimaciones para con las propiedades
consideradas típicamente masculinas, como la guerra y, más adelante, la misma participación
en la vida pública y política? Es difícil dar una respuesta concreta a esta pregunta, y
posiblemente puedan surgir muchas. Por un lado, creemos que habrá sido muy complejo
desarraigar idealizaciones tan establecidas en las civilizaciones precedentes, pues la religión
constituye las bases de un tipo de pensamiento. El mundo que se venía desarrollando desde
tiempos antiquísimos se había erigido sobre los cimientos de una alta estimación de la mujer
y, con ella, de la imagen que más significativamente la representaría: la Diosa Madre. En tal
situación, la importancia de los dioses que empezarían a ocupar un lugar primordial en
sucesivas civilizaciones habría podido tan solo postergar la primacía de estas divinidades
femeninas. Por otro, es factible suponer que la voz feminista no se habría acallado por
completo, pues algunas sobras de este espíritu deben haber quedado en el aire de la
cotidianeidad, sobre todo al prestar al menos un poco de atención en la importancia que la
mujer tenía para cualquier pueblo; el hecho de que fuera de radical valor para la procreación
en sociedades que veían la garantía de la gloria familiar o del clan en la continuación de la
estirpe, la seguía poniendo de algún modo en algún escalón intermedio en la escala de valores.
Además de estas suposiciones, algo vagas quizá, no hay que olvidar un elemento
fundamental: por más que hasta los poetas “olvidaran” voluntariamente muchas de las
historias sobre figuras mujeriles que habitaban en el conocimiento de sus propias mitologías,
ellas habían sido el principio de las genealogías de sus dioses. Poseidón, a quien no se analiza
en este trabajo por cuestiones obvias, tiene también una importancia para hablar a favor del
género femenino, y sería tal vez una injusticia no darle un lugar al menos pequeño en este
momento. Como dios de la tierra y el mar, en los comienzos de la mitología griega ha tenido
una especial importancia. Hemos visto ya que las divinidades telúricas de civilizaciones más