LA MUJER EN LA GRECIA HOMÉRICA
Podemos ya ir identificando, a partir de estas descripciones, figuras como Afrodita, con
su excepcional belleza que no dudaba en ostentar, o Atenea, a quien se la concibe como diosa
de buen número de actividades. Pero estas relaciones pueden parecer superficiales y no muy
firmes ante alguna posible refutación. Continuemos examinando el pasado que ahora nos
detiene.
El cretense adoraba las montañas, las grutas, las piedras, los árboles, los pilares, el sol,
la luna, las cabras, las serpientes, las palomas, los toros, las vacas e infinidad de otros
elementos. Creía que el aire estaba lleno de espíritus y transmitió a Grecia una gran cantidad
de dríadas, silenos y ninfas.
Si las ninfas, como afirma Durant, han sido otorgadas por esta ciudad, las mismas no
han seguido un azaroso y solitario destino, sino que han afianzado vínculos con ciertas
deidades griegas, ya sea originarias, ya sea también prestadas o evolucionadas de épocas
pasadas. Así encontramos, por ejemplo, a la diosa Ártemis, que con su coro de ninfas endulza
la visión de cualquier espectador. A su vez, la descripción del párrafo anterior menciona, entre
otras cosas, elementos propios de la naturaleza, como árboles y animales, muy relacionados a
ésta. Creemos poco posible que la adoración de estas personas por estos temas no hayan
tenido alguna influencia en otros pueblos donde parte de su veneración se halla en los mismos
objetos o seres. Encontramos, además, particularmente a la vaca en la representación de Hera,
cuyos “ojos de vaca” nos revelan un espíritu sereno, no obstante la evolución que luego
desembocaría en una Hera combativa. Las circunstancias en que aparece en la Ilíada no
permiten demasiadas manifestaciones de tranquilidad, como tampoco da lugar en demasía a
la misma en Ártemis, a pesar de ser una divinidad en armonía con la naturaleza. Los tiempos
turbulentos que comunican estos poemas llevan a acciones con mayores conflictos y fuerza
dramática; quedan tan solo algunos rastros de la esencia de muchas diosas (y, cabe aclarar,
también de los dioses).
Su culto era presidido en general por sacerdotisas, lo que encuentra un paralelo con la
situación más arcaica del oráculo de Delfos, cuyas divinidades encargadas eran de género
femenino. Estos seres dejarían darían paso a Apolo, quien presidiría el oráculo; no obstante, la
mediación entre sus profecías y quien deseaba obtener algún conocimiento divino estaba a
cargo de pitonisas. Véase, al respecto el papel de Teano, mujer troyana “de hermosas
mejillas”, sacerdotisa de Atenea 73 . Por otro lado, el hecho de haber levantado altares en los
patios de los palacios o en las cumbres de las montañas muestra una ubicación del culto
similar entre ellos y otros pueblos como el micénico o el propiamente griego. Otro sitio
sagrado, las cuevas, desvelan un vínculo con otras religiones más antiguas aun. De nuevo, las
plantas y los árboles constituyen el centro de ciertos rituales, siendo regados para estimular a
sus deidades, a veces, “negligentes”. Una nueva analogía con Ártemis evoca su presencia
benévola o adversa según se realicen hecatombes o no en su honor, teniendo consecuencias
en el buen o mal cuidado de la naturaleza que rodee al griego en cuestión.
Los muertos eran sepultados y se les obsequiaban alimentos, objetos de aseo y
figurillas femeninas de barro para que los cuidaran y consolaran a lo largo de la eternidad; aquí
se ve otra más de las varias demostraciones del contacto que ha tenido este pueblo con el
73
C. VI, v. 300.