1. Contexto homérico
1.1.
Schliemann
Nacido en 1822 en Alemania, Heinrich Schliemann dio, en 1871, con los restos de lo
que habría sido la ciudad de Príamo. A pesar de la incredulidad de la mayoría de sus
contemporáneos y de la desconfianza del gobierno local, que creía que el arqueólogo estaba
robando oro del suelo turco, los investigadores Virchow, Dörpfeld y Burnouf se encaminaron
hacia el lugar para confirmar el descubrimiento. Entusiasmado por su éxito, Schliemann
trasladó, cinco años más tarde, su espíritu apasionado a Micenas, donde creyó encontrar las
tumbas de Atreo y Agamenón, y, en 1884 en Tirinto, el gran palacio que escondía esta ciudad,
rodeado de los muros ciclópeos que Homero había descrito. Años más tarde, tras nuevos
estudios de los materiales, se llegaría a la conclusión de que lo que había hallado Schliemann
en estas tierras era en realidad propio de una cultura muy anterior a la de estos héroes, acaso
más interesante aun en cuanto al grado de civilización que había alcanzado. Tal vez la causa
del error en que cayó el arqueólogo sea, entre otras cosas, los esqueletos junto a la variedad
de objetos de gran valor que hallaron en las tumbas desenterradas: cráneos masculinos con
coronas y máscaras de oro, esqueletos femeninos con diademas también de oro, calderos de
bronce, un ritón de plata, cuentas de ámbar, amatista, objetos de alabastro, marfil y loza,
puñales y espadas ricamente ornamentados, y otra cantidad de objetos de oro, como, por
ejemplo, sellos, sortijas, alfileres, pasadores, copas, cuentas, brazaletes, pectorales, vasijas de
aseo y hasta vestidos bordados. Se trataba, en realidad, de la cultura micénica.
1.1.1. La época micénica
Como se puede observar, uno de los primeros descubrimientos de este mundo ha sido
el de los palacios de los reyes de Tirinto, construidos con grandes galerías abovedadas cuyos
materiales consistían en enormes piedras de cerca de dos metros de largo por uno de ancho y
uno de espesor, de las cuales la más pequeña “difícilmente podía ser movida por un par de
mulas” 12 . Los muros que circundaban el palacio han sido denominados por la tradición con el
nombre de “ciclópeos”, pues por su magnitud, la fantasía griega solo pudo dar una explicación
a la posibilidad de trasladar dichas rocas en la existencia de los cíclopes 13 . Medían entre siete y
quince metros de alto y eran verdaderamente espesos. Tras la entrada se extendía un
espacioso patio pavimentado junto al que se apiñaba una gran cantidad de habitaciones que
se separaban entre las de las mujeres y las de los hombres, lo que se convirtió en un modelo
para las posteriores civilizaciones griegas. Véase que ya se contempla desde aquí un ejemplo
característico de la singular distinción entre el sexo femenino y el masculino, lo cual se
profundizará en otros aspectos que se verán a continuación; incluso los aposentos del rey y de
la reina, si bien se mantenían contiguos, se encontraban totalmente incomunicados entre sí.
En el territorio de Micenas se formó también una ciudad compuesta por varias aldeas
con una activa población de campesinos, mercaderes, artesanos y esclavos, todo esto en torno
a una ciudadela de la talla de la de Tirinto. Al igual que en ésta, en la ciudad de Micenas surge
12
Warren, H. L., Foundations of Classic Architecture, N. York, 1919, 124-5. Cit. por Durant, Will, La vida
en Grecia, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1960. Cap. III, p. 75. Publicada por primera vez en 1945.
13
Actualmente se cree que estos gigantes de un solo ojo eran en realidad los volcanes del
Mediterráneo, siendo dicho órgano el cráter.