importancia de “construir un enemigo” y señala que todo el mundo necesita tenerlo, los
países, los sistemas y hasta cada uno de nosotros. Por eso, dice el semiólogo que si no existe
el enemigo, se lo inventa, ya que es una figura imprescindible, un antagonista que nos permite
definir nuestra identidad y medir nuestro sistema de valores. De Saussure, cuando define el
concepto de valor, señala que un signo es lo que los otros signos del sistema no son, es decir
que para definirse se necesita de otro opuesto. Greimas va a dar un paso más, con la
construcción del cuadrado semiótico, al distinguir dentro de los opuestos aquellos que
pueden convivir, los contrarios, y aquellos que no pueden estar juntos, los contradictorios.
Es decir, que todo signo implica un opuesto.
Verón en Perón o muerte afirma que el discurso político siempre produce un enfrentamiento
en el que se construye a otro como adversario para distinguirlo del sujeto enunciador. Estas
representaciones se hacen visibles en el contexto argentino a través de: entidades que
intervienen en la construcción del enunciador y del enunciatario “nosotros-ellos”, de slogans
“cambiemos” y de metacolectivos “los que creemos en el cambio”. Estos elementos
lingüísticos construyen un enunciado que contribuye a la grieta: antes-ahora, los K y los anti
K. Además, este tipo de enunciados se abastecen de cuatro componentes que se seleccionan
según el contexto de producción del enunciador: descriptivo (la lectura del pasado y del
presente para reflejar una mejoría “corrupción – cese de corrupción”), didáctico (se enuncia
una verdad universal que escapa a lo contingente “revolución de la alegría”), prescriptivo
(presentación de reglas deontológicas que posicionan al enunciador en un lugar de privilegio
desde el cual puede señalar lo que se debe hacer “cambiemos”) y programático (el orden del
poder hacer para hacer hincapié en las posibilidades del enunciatario “tenemos que
esforzarnos porque lo que no mata fortalece”).
La llegada al poder de “Cambiemos” (partido político formado por la unión de varios
sectores disímiles) tuvo como principal plataforma de campaña las redes sociales, con un
discurso estructurado sobre el cambio, y la descalificación del gobierno anterior como
populista y despilfarrador, pero enmascarada con palabras amables. Un conjunto de
promesas de Cambiemos sostenían que “el cambio” mantendría la mayoría de los beneficios
que el gobierno anterior había otorgado, es decir que la re-estructuración no conllevaría
despidos, ni devaluación. Que la inflación bajaría, que mantendrían el presupuesto para la
ciencia, que se llegaría a la pobreza cero, que se eliminaría el impuesto a las ganancias y que
se abandonaría el odio para entrar en “la era de la felicidad y la alegría”. Los buenos augurios,
sumados a una campaña colorida con globos y desideologizada, lograron atraer al votante,
apuntando en mayor medida al individuo en lugar de al colectivo. Seguramente, parte de la
clase media recuperada de 2001, fue sensible a un hastío producido y reproducido por los
medios. Los mismos sectores que en la crisis de 2001 cantaban “piquete y cacerola, la lucha
es una sola” disolvieron su solidaridad tras haber recuperado su poder adquisitivo y afirmarse
en nuevas expectativas de consumo. Comenzó a instalarse una nueva subjetividad que hizo
posible que el derecho del peatón a transitar por las calles fuera más importante que cualquier
otro derecho (laboral o social) vulnerado. La apelación del macrismo a una nueva
subjetividad consumista, ecologista y New Age no se corresponde con la tradicional derecha
culta y de élite argentina, sino con un nuevo sentido común de las capas medias que ponen
sus intereses y esperanzas en el macrismo como renovación ideológica de un sector. Además,
no olvidemos que el nuevo gobierno encontró en la figura de CFK a la responsable directa
e indirecta de todos los males. Toda explicación del ajuste del macrismo es justificado a partir
de la figura de la ex mandataria a quien esperan ver presa, o de la metáfora de “la pesada
herencia”. Así, la falta de inversiones, el incumplimiento de promesas, la toma de deuda o
los despidos son efectuados con nula responsabilidad gubernamental o política por parte del
gobierno actual. Es que los discursos sociales ponen en tensión dos dimensiones de
funcionamiento: poder e ideología. Por un lado, el poder se observa en los efectos, en el
7