están fuertemente convencionalizadas con estereotipos, frases hechas y recurrentes fórmulas
de valor pathos rígidamente codificadas y vacías de contenido. Además, recurren a términos
inapelables como dignidad, democracia y a slogans fáciles de recordar, que se refieren a
abstracciones que intentan categorizar lo real.
Perelman señala que la argumentación permite el recurso de la descalificación: la injuria y el
insulto hacia el que no está de acuerdo, para buscar evitar la lectura crítica y así poner en
funcionamiento factores emotivos que provoquen una inmediata adhesión. Para ello, se
utilizan estrategias como: repetir expresiones, usar la interrogación retórica y hacer
predominar las funciones apelativa y fática. También, el léxico y la sintaxis interfieren, porque
pueden producir efectos de lectura favorable, al crear inclusión a modelos de prestigio social,
y efectos no deseados, al fomentar la sensación de discurso vacío y corrupción semántica 4 .
Además, estos discursos crean neologismos, usan citas de autoridad, enunciados polémicos,
irónicos y lapidarios. Siempre ocultando el objetivo y creando un discurso de poder,
superficial y monológico.
Volvamos al contexto particular argentino, para analizar el discurso político del último
tiempo. El gobierno de los Kirchner surgió del peronismo, pero tuvo su impronta particular
que lo distinguió como cercano a la izquierda, defensor de los derechos humanos y de los
más pobres. El gobierno de Macri, actual presidente, también se identificó con el peronismo,
pero desde la renovación “cambiemos”, que apuntó a abandonar y juzgar la corrupción del
gobierno anterior y a poder alcanzar la deseada felicidad. Los slogans centrales pasaron a ser:
“cambiemos” y “la revolución de la alegría”; estas fórmulas no se construyeron con
metáforas retóricas, sino con metáforas delirantes que desdibujaron la ideología para teñir la
nueva política de sentimentalismo y pertenencia a grupos de selectos.
La fuerte personalidad de Cristina Kirchner, las recurrentes cadenas nacionales y su tono
despectivo-irónico despertó grandes odios en una parte de la población, que recordaron, con
otras características, pero similar rencor, el rechazo que provocaba Evita y que ocasionó que
una parte de la población argentina pintará las paredes públicas con el mensaje “viva el
cáncer” al saber sobre la enfermedad que aquejaba a la esposa de Perón.
Un claro ejemplo del odio hacia Cristina es la metáfora que se utilizó para representarla: “la
yegua”, esta imagen desempeñó un papel central en la construcción de la realidad social y
política argentina y dividió a la sociedad entre los K y los anti K. La “grieta” se identificó con
estar o no con ella y fue utilizada para enmascarar diferencias ideológicas excluyentes como
oposiciones personales y morales.
El origen del odio al kirchnerismo tuvo similitudes significativas con el odio al gobierno de
Perón. Pueden rastrearse sus comienzos en la prensa, en los comentarios que se dejaban en
los espacios virtuales de los diarios de mayor circulación, Clarín y La Nación. El odio fue in
crescendo y quedó al descubierto en las proclamas populares de los “cacerolazos” –llevados
adelante por sectores medios y altos- durante el gobierno kirchnerista. Allí los carteles que
llevaban los “caceroleros” decían “yegua”, “¡no te vayas con Chávez! Andáte con…chuda”
o “histérica” entre otros. Lo que evidenciaban los mensajes era que el foco estaba puesto en
lo personal, y a veces, en su condición de mujer, “quién se cree que es para hablar por cadena
nacional, para cortarme la novela o el fútbol, o bien para ostentar poder” eran algunos de los
imaginarios reinantes. Una mujer electa presidenta en dos oportunidades consecutivas que
incomodaba bastante, tanto por su condición, como por sus políticas.
Como dijimos, esta incomodidad creada por el peronismo tiene historia en la República
Argentina y produjo fuertes enfrentamientos entre peronistas y no peronistas, ya que cuando
el pueblo se sintió en el poder construyó a su enemigo en aquel que hasta ese entonces había
gobernado, la derecha, y esta a su vez, al perder algunos privilegios, construyó el mito
peronista de lo popular en el poder como nefasto. Umberto Eco reflexiona sobre la
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Hay corrupción semántica cuando se desvirtúa el sentido.
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