el periodista en dos contextos diferentes: dictadores versus pueblo y K versus anti K. Cabe
recordar que el periodista destaca que el concepto prendió más en la sociedad en el segundo
caso y que él no pudo controlarlo, una vez que el acontecimiento se creó y circuló. Pocos
saben que el término fue usado en la época militar y, sin embargo, en el presente es la palabra
más representativa de la realidad de los argentinos. Vocablo que se ha separado de su
significado inherente para ser instalado con una sentido impuesto por los medios que lo
vinculan al odio. Entonces ¿Es que la palabra construye realidad? y si es así ¿Quién nos dejó
la grieta?
Los medios condicionan la semiosis social, por semiosis social se entiende la dimensión
significante de los fenómenos sociales: el estudio de la semiosis es el estudio de los procesos
de producción de sentido. Una teoría de los discursos sociales reposa sobre una doble
hipótesis que, pese a su trivialidad aparente, hay que tomar en serio: a) toda producción de
sentido es necesariamente social: no se puede describir ni explicar satisfactoriamente un
proceso significante, sin explicar sus condiciones sociales productivas / b) todo fenómeno
social es, en una de sus dimensiones constitutivas, un proceso de producción de sentido,
cualquiera que fuere el nivel de análisis. Toda forma de organización social, todo sistema de
acción, todo conjunto de relaciones sociales implican una dimensión significante: las
representaciones. Este doble anclaje, del sentido en lo social y de lo social en el sentido, solo
se puede develar cuando se considera la producción de sentido como discursiva, por lo tanto,
solo en el nivel de la discursividad el sentido manifiesta sus determinaciones sociales y los
fenómenos sociales develan su dimensión significante. En definitiva es en la semiosis donde
se construye la realidad de lo social.
El discurso político, particularmente, tiene como objeto la manipulación persuasiva con fines
prescriptivos que tienden a promover reglas de comportamiento. El poder 3 funciona según
las modalidades de cada contexto que le impone restricciones. Así, discurso político y poder
conforman un texto donde todos los elementos se interrelacionan y connotan. El poder se
enuncia discursivamente dejando huellas que luego se recuperan como efecto de lectura si
son reconocidas por la sociedad de acuerdo a la pertinencia lograda en la circulación entre la
gramática de producción y la gramática de reconocimiento.
Lo imprescindible es conocer cómo circula en la sociedad el discurso del poder, cómo se
producen y se imponen sus temas recurrentes ya que este poder opera como práctica social
que integra el imaginario colectivo e incluye por lo tanto el problema de la ideología. Lo
ideológico atraviesa todo el dispositivo de poder y puede sostener y poner en funcionamiento
reglas de vida y de conducta que dejan sus marcas en el discurso que las legitima y produce.
El discurso del poder utiliza el lenguaje como un tipo de acción y de comportamiento social
que se define por sus obligaciones y prescripciones, por sus procedimientos de exclusión e
inclusión, de control y delimitación para que el destinatario quede sujeto a órdenes y
consignas. Delimita con claridad lo nuestro y lo ajeno para implicar al receptor en relaciones
de poder basadas en principios de autoridad, jerarquía, disciplina y orden, que persiguen un
argumento ideológico y como consecuencia un pensamiento único.
El poder se arroga una actitud moral que al mismo tiempo sirve para denigrar al otro y para
justificar cualquier acción en su contra, porque presenta una visión maniquea de la realidad
y organiza el sentido en rígidas oposiciones conceptuales: las connotaciones valorizadas
como positivas y las negativas.
Por un lado, este tipo de discurso arma un nuevo lenguaje con diferentes estrategias:
redefinen palabras, explican qué se debe entender en cada caso y qué significa para los otros
(los malos) esas acciones. Por otro lado, las expresiones son sencillas para llegar a todos y
Poder es el nombre dado a una situación estratégica compleja, en una sociedad determinada
(Foucault, 1976: 123).
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